La historia de Boris Milstein, el ucraniano de Tuluá, contada en la “Crónica de Gardeazábal” para www.rutanoticias.co, refleja el sufrimiento histórico de ese país y sus gentes.
Deberíamos estar “unidos en una cadena de solidaridad universal” agrega Gardeazábal al contar la historia del hombre que llegó a Colombia, huyendo de la guerra, y se dedicó a crear empresa: Boris Milstein, el ucraniano de Tuluá:
“El primer ucraniano que llegó a Tuluá fue Don Boris Milstein.
Llegó a mediados de la década de 1920 después de hacer un periplo breve por el sur del continente luego que salió huyendo de una de las tantas matazones que los rusos han hecho en Ucrania.
Era judío y los comunistas los perseguían con saña.
Huyeron desde la Besarabia ucraniana, en la frontera con Moldavia, escondidos él y su familia en un planchón de madera. Tuvieron que dejar la hija de brazos en manos de la abuela porque cuando trataban de pasar al otro lado del río, la niña comenzó a llorar y no podían esconderla entre los troncos apiñados.
En Tuluá don Boris montó inicialmente una fábrica de jabón en frente de la casa del doctor Saulo Victoria Viveros y desde allí fue comenzando a asomarse a la cordillera occidental, arriba de Riofrío, donde el padre Nemesio acababa de fundar Fenicia, al lado del rio Tesorito.
Allá “el mister”, como lo llamaban, buscó oro, sembró café y visualizó el progreso futuro de la región.
Se alió luego con tres vecinos más y construyeron la primera carretera público/privada desde Riofrío y cobraron peaje particular para sufragar los gastos de construcción. Ya era 1940 y el presidente Santos acababa de inaugurar el puente metálico sobre el Cauca entre Tuluá y Riofrío. Con astucia y habilidad buscó otros socios y fundó TransFenicia para llevar carga y pasajeros.
¿Por qué deberíamos ser solidarios con Ucrania?
Se hizo respetar en mi pueblo y el Centro del Valle y a sus vecinos y sus amigos les contó la historia de su vida y la tragedia de Ucrania.
De su boca oyeron por vez primera los tulueños que Stalin les había arrebatado, por decomiso comunista, todo el trigo y el girasol a los agricultores ucranianos para repartirlo en la recién fundada Unión Soviética y más de 7 millones de sus compatriotas murieron de hambre.
Y cuando llegó la gran guerra y la batalla los aplastó de nuevo, don Boris y su familia volvieron a contar su tragedia. En ese momento tuvieron más coro porque ya habían llegado a Tuluá, acaudillados por Salvador Rosenthal otro grupo de judíos de Alemania huyendo del pogrom hitleriano quienes, convencidos y amparados por mi abuelo, Marcial Gardeazábal, que comerciaba con ellos para su imprenta y papelería Minerva, les había propuesto refugiarse en Tuluá, hasta donde llegaba el tren que venía de Buenaventura.
Todas estas historias las oyó mi madre de Pupy Milstein la hija del ucraniano, su compañera en el colegio. Desde entonces he guardado un doloroso afecto por Ucrania y por estos días de horror pienso en que, si el mundo entero supiera cuánto y cuántas veces ha sufrido ese país y sus gentes, hoy estaríamos todos unidos en una gran cadena de solidaridad universal pujando porque la razón y la libertad se impongan sobre el totalitarismo leninista de Putin.
El Porce marzo 1 del 2022