El amor en tiempos del Covid 19 pareciera sucumbir.
Ya no hay abrazos, ni contactos, ni cercanías posibles para el amor en los tiempos del Covid 19, pero quedan algunos amores eternos y por eso la “Crónica de Gardeazábal” rescata uno de ellos.
Un amor que ni ese coronavirus ha podido matar:
“EL AMOR
El fragor de los sucesos generados por el dañino paro que completaría tres semanas el miércoles, nos había hecho olvidar del covid y sus funestas consecuencias.
El viernes pasado completamos 80 mil muertos. Desde hace 3 dias mueren un poco más de 500 colombianos cada 24 horas. Somos el cuarto país con muertos en el mundo y quizás el primero en fallecidos per cápita.
Mucho hemos perdido con esa peste.
Muchos son los amigos que sabemos que los han llevado en secreto al cementerio o a los hornos crematorios.
Pero nada ha sufrido más modificaciones que el amor en los tiempos del covid.
La prohibición de los abrazos, los riesgos del contagio en las seducciones pasajeras o en los oficios burlescos. La obligatoriedad de los encierros. Todo ello me ha llevado a buscar mis viejas lecturas sobre el amor y a pensar en los ejemplos que he presenciado o en las pasiones en que he caído gozoso en mí ya larga existencia.
Quizás el amor es el nombre que le damos al mecanismo de la libido como decía Lucrecio o más bien es la voluntad de dos sujetos que unen sus vidas hasta la muerte o el amor resulta ser querer vivir, envejecer y morir con una persona.
¿Hay amores eternos?
Lo que si se, por experiencia propia, y seguramente lo respaldarán muchos oyentes y lectores, es que amar resulta ser finalmente el elegir y aceptar los defectos de aquél con el cual nos comprometemos a vivir porque es más fácil percibir sus cualidades en medio de la pasión que enceguece, y no en la frialdad de los tiempos vividos.
En todo eso he pensado hoy, 17 de mayo, porque una pareja de amigos que he conservado su amistad por encima de muchas circunstancias en más de medio siglo, cumplen hoy 60 años de matrimonio.
Lucio y Clemencia, conservados en los más finos vinos y ginebras, nos han dado ejemplo de vida y enseñanza sin igual a quienes hemos tenido el privilegio de honrarnos con su amistad.
Disímiles para ser una pareja perfectamente ensamblada han podido llegar peldaño a peldaño a la plenitud de su existencia con lucidez mental envidiable, aunque maltrechos físicamente.
Lastimosamente las situaciones de orden público y de salubridad nos impiden hoy aparecer ante su casona de Santa Mónica para, ginebra y champaña en mano, levantar la copa por esa hazaña tan exquisita y tan envidiable que es haber vivido 60 años juntos sin intentar jamás ni divorciarse ni abrirse y entonces embriagados de felicidad brindar por la sabiduría del amor y la comprensión como norma de vida que se deriva de su ejemplo.
Gustavo Álvarez Gardeazábal.