El candidato presidencial debe ser inmaculado.

Y también el candidato presidencial “… debe ser un santón, que no haya cometido pecado alguno”, dice el escritor en su “Crónica de Gardeazábal”.

¿Existirá?, veamos quién podría ser:

“Como en este país nos gusta reformar todo en el papel, o en la palabra, pero a la hora de verdad somos más duros que la placa de Nazca para generar y aceptar un cambio, algunos compatriotas estamos pensando que si esta pandemia nos ha permitido hacernos escanografías de nuestras falencias y capacidades, y permitir desnudar el verdadero esqueleto del estado, nuestra no se arregla, ni siquiera se cambia o se remienda, con es la hora de que aparezca de entre medio del caldo de cultivo que han ido conformando errores y aciertos, equivocaciones y mamaderas de gallo, acomodos y remilgos, un líder, un líder que salga a proponerle al país que esta patria no se arregla con pañitos de agua tibia o con  sobijos de elocuencia.

Alguien que salga y diga que cuando las matas se pudren o se están secando hay que cortar por lo sano.

Alguien que haga una campaña presidencial pregonando que el 7 de agosto en que tome posesión decretará un referéndum para proponerle al país que se cierren el Congreso y las Cortes por un tiempo mientras se reorganiza la justicia.

Que se vuelva la Policía un cuerpo civil de gendarmería dependiente del Ministerio del Interior. 

¿Existirá el candidato presidencial ideal?

Que se obligue a todas las entidades financieras  a pagar  un impuesto porcentual sobre sus ganancias dedicado  exclusivamente a dotar de viviendas y servicios públicos a las ciudades menores de un millón de habitantes  para así descongestionar los grandes centros urbanos y  además, que todas las industrias y comercios que den ganancias paguen otro impuesto exclusivo para fomentar el regreso al agro y financiarle aunque sea las motos a los que viviendo en ciudades intermedias y pequeñas vayan a trabajar en el campo todos los días.

La idea no es novelesca ni es fruto de una demagogia populista.

Es entresacada de la hibridación de lo que hoy existe en los países nórdicos europeos, en la China y el Japón.

No es revolucionaria salvo para los santanderistas leguleyos que saldrán desde las cortes y tribunales a atajar el cambio de la estructura de la justicia.

Tampoco es antidemocrática porque será el pueblo quien decida en un referéndum.

Pero si es práctica porque al cerrar el Congreso y las Cortes por un tiempo mientras reestructuran y escogen otras, se eliminarán las demandas que los rábulas de siempre han intentado para que este país no cambie.

Por supuesto quien predique ese cambio debe ser un santón, que no haya cometido pecado alguno, que no le esculquen las entrañas para sacarle parentescos o contratos de su vida pasada o, como en la India, un ser humano arrepentido de sus culpas y con tanta credibilidad como para convertirlo en gurú.

Lamentablemente como esta es Colombia y yo soy novelista todo no pasa de ser una propuesta idealista o de ficción,

imposible de volverla realidad.

Gustavo Álvarez Gardeazábal