El padre Gonzalo Javier Palacio Palacio murió este viernes en Medellín sin contar cuánto sabía de las matanzas cometidas por los paramilitares.
Indicios, que parece nunca pudo comprobar la justicia, señalan al padre Palacio de ser parte de un grupo paramilitar conocido como los doce apóstoles.
Este grupo paramilitar, sembró terror en el norte de Antioquia, durante la decada de los noventa.
Allí, asesinó líderes sociales, gremiales, guerrilleros y presuntos auxiliares de la guerrilla, sin que las autoridades y el Estado hicieran nada.
Fue entre los años 1993 y 1998, cuando el cura Palacio era párroco de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, en Yarumal.
Presuntamente, los doce apóstoles cometieron sus crímenes contra personas señaladas por el sacerdote. En total, según la Fiscalía, fueron unas 533 muertes.
En 1997 la Fiscalía precluyó a la investigación en contra de varios implicados, pero el cura quedó vinculado al caso, aunque este viernes murió en santa paz.
Por la conformación de ese grupo paramilitar también es investigado Santiago Uribe Vélez.
Palacio era conocido como el cura de las dos biblias porque, supuestamente, cargaba una para leer y la otra adecuada para esconder un revólver.
Uno de los crímenes más repudiables de los doce apóstoles fue la masacre de la familia López.
Ese día, fueron asesinadas seis campesinos, entre ellos dos niñas menores de diez años.
Una de las sobrevivientes de la familia se encontró al padre Gonzalo Javier Palacio Palacio, según narra el portal desdeabajo.info.
¿Qué le dijo Gonzalo Palacio a una sobreviviente?
“… Veinte años después, María Eugenia López, quien perdió a su familia en la masacre, supo que el cura Palacio Palacio daba misas en la parroquia del barrio San Joaquín, en Medellín, donde la iglesia católica lo escondía de la justicia, y decidió buscarlo. Al entrar en la iglesia reconoció la voz del apóstol que rebotaba contra las paredes del ámbito sagrado, esperó que terminara la misa y lo encaró.
–Usted mató a mi familia –lo increpó María Eugenia.
–No sé de qué me está hablando –contestó el cura atolondrado.
–Usted asesinó a mi familia, en La Solita, con el ejército y “Los doce apóstoles” –le gritó de nuevo María Eugenia mirándolo a los ojos.
–Lo que quiera saber pregúntelo en la Fiscalía, yo soy inocente–murmuró el cura con el aliento agitado y próximo a alcanzar los 80 años de edad.
– A usted lo apresaron el 22 de diciembre de 1995 y le encontraron el revólver que escondía entre una biblia y después quedó libre pero usted es un asesino –afirmó María Eugenia con un coraje que jamás en su vida había experimentado.
–¿Y es que yo no puedo tener un arma? –replicó el ahora anciano cura.
Con el pulso tembloroso, sustrajo de un bolsillo de su sotana una navaja y desdobló la hoja bruñida y filosa –¿El que yo tenga esta navaja significa que la vaya a matar? –preguntó haciendo una embestida fallida hacia la garganta de María Eugenia, que la esquivó –¡Ese revólver me lo regaló el general Gustavo Pardo Ariza!.
– Yo no lo voy a perdonar a usted ni voy a olvidar lo que me hizo. Sólo quiero saber la verdad y que haya justicia –le exclamó María Eugenia al apóstol de Cristo que acababa de oficiar una misa y de errar un lance de puñal.