El presidente Donald Trump cambió las percepciones de países y gobiernos sobre el significado del diálogo, dice Gardeazábal.
Al enumerar los cambios de la palabra por la fuerza y los actos violentos por la convivencia, Gardeazábal hace un recuento de cómo el presidente Donald Trump le cambió la agenda al mundo civilizado.
Así lo dice en sus “Crónicas del Enchuspado”:
“Que indios y chinos se estén matando en la frontera de Cachemira con métodos anticuados, que llegan a ser hasta garrotes con chuzos, no sorprende ni al mundo ni a sus flojos dirigentes, ni apaga las noticias enceguecidas con el corona virus.
No importa que estemos presenciando el comienzo de una guerra entre dos potencias nucleares, ambas populosas, las dos capaces de causarse mucho daño.
Ni a los occidentales les preocupa, ni a Putin y Trump les causa malestar. El mundo se acostumbró a dejar pelear, a amenazar antes que conversar y, ahora último, a la muerte por oleadas.
Si Estados Unidos registra más muertos hoy en día por el Corona Virus 19 que los que registró durante la primera guerra mundial o cuando hizo la fracasada guerra de Vietnam, una pelea entre los dos gigantes asiáticos es como prender el tv y ver al Circo del Sol.
Pero, a todas luces, es un retroceso más para un mundo globalizado que se había ido acostumbrando a resolver sus diferencias y problemas con la razón y el consenso. Hasta que llegó el presidente Donald Trump.
De la misma manera, nadie ha querido enfocar las pataletas del gordito mofletudo e impredecible de Korea del Norte, dotado también de armas nucleares, en contra de sus hermanos de Korea del Sur empantanados en los amores de Washington y en sus tortuosos niveles de corrupción.
¿Revive la guerra entre Ejército y guerrilla en Colombia?
La quema de los edificios en Korea del Norte donde se reunían a estudiar serenamente la historia, el presente y el futuro de la antigua península unificada de Korea, es más que un símbolo de guerra, paralelo al de India y China, que el remolino del corona virus no deja ver en toda su magnitud pese a lo que puede evidentemente estarse empezando a formar.
Y nadie lo niega, es a todas luces un retroceso más al buen clima que había logrado forjarse para usar el diálogo y no la guerra. Hasta que llegó Trump.
Y en Colombia, ha pasado como noticia de tercera, perdida entre las brumas que provocan el avance vertiginoso de la peste en Barranquilla y los toques de queda y las leyes secas de las que todos se burlan en Cali, la terrible noticia de que la guerra (sí, guerra) entre el ejército constitucional y las Farc ha revivido.
La muerte de 6 soldados y las heridas a otros 8 en momentos en que el ejército tambalea en las páginas de Semana, y a manos de un grupo renacido de las Farc, hace pensar que la paz negociada exclusiva y excluyentemente por Santos no hubo quien la entendiera ni mucho menos quién la defendiera en el gobierno de los mocosos.
Y que la venganza que ha pregonado Uribe y sus voceros contra las Farc, ya está produciendo los primeros resultados. Volvimos a la guerra (si, a la guerra), es decir que retrocedimos porque fuimos incapaces, gobernantes y ciudadanos y firmantes de la paz de exigir un coto al desenfreno retaliatorio que miniaturizó el plebiscito y menos de conseguir una reestructuración de la paz pactada por De la Calle y Márquez para haberla vuelto digerible.