Hiroshima cambió en pocos minutos de una ciudad a un gran cementerio.

140 mil personas murieron cuando estalló la bomba atómica sobre Hiroshima, la primera lanzada sobre civiles.

“Crónicas del Enchuspado”, de Gardeazábal para www.rutanoticias.co, sobre la locura de la guerra y las bombas atómicas.

“Hoy hace exactamente 75 años un hombre bastante inculto, pero rebosante de sentido común, Harry S Truman, quien había llegado a la presidencia de los Estados Unidos por la muerte de su titular el señor Roosevelt, dio la orden para que a las 8 y 15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 se lanzara la primera bomba atómica sobre un conglomerado humano.

La víctima escogida por razones de equilibrio bélico fue la ciudad japonesa de Hiroshima.

Murieron finalmente entre ese día y las subsiguientes 140 mil personas.

El mundo se estremeció.

Ya se completaban 6 años de la segunda guerra mundial y Japón seguía resistiendo pese que sus socios alemanes habían claudicado en mayo del mismo año. 

La batalla había sido larga y cruenta para ambos bandos y los japoneses, que dominaban a más de su nación otros muchos territorios, estaban aferrados a la terquedad de los generales que hacían la guerra a nombre del emperador y no parecían doblar la testuz. 

¿Por qué Gardeazábal repudia la violencia?

Truman, sabedor de que solo una estupidez primitiva, la de usar un arma poderosísima derrotaba al enemigo, usó ese día la primera bomba atómica y tres días después la segunda sobre Nagasaki, en medio del horror de un mundo que demoraba en comunicarse entonces, con lo que logro doblegar al divino emperador y sus ejércitos. 

Fue tan impactante aquél episodio de hace 75 años que yo, que apenas era un feto de 7 meses en el vientre de mi madre, debí haber quedado marcado para siempre.

No encuentro otra respuesta para explicar el repudio que siempre he tenido por toda clase de violencia para solucionar las diferencias. 

O quizás el que mi madre me hubiese repetido una y otra vez a lo largo de su vida que su embarazo fue tranquilo hasta ese día…

Porque la agobiaba oír las descripciones y recitaba con dolor hasta que la aprendí de memoria:

«La gente comenzó a llegar al jardín con los brazos en alto, la piel quemada se había desprendido y les colgaba de las uñas.

Subían los brazos para evitar más dolor cuando la piel tocaba el suelo”.  

Tal vez por esa martillante frase me he sentido cobijado por la noción de repudio a la violencia física como herramienta para obtener el triunfo.

Y por ello he escrito tantas narraciones contando los momentos violentos que la tierra mía ha sufrido y aunque no he sucumbido a esa ola mortal, se me ha agudizado el sentido para advertir los elementos que conllevan a enfrentamientos tan vengativos como aquella guerra con el Japón o como las que aquí en pequeño hemos vivido (y estamos a punto de volver a vivir) por polarizaciones apasionadas.  

Recordar aquellos dolorosos momentos extremos debe servir para algo».