Gustavo Álvarez Gardeazábal, como muchos seres humanos, tiene seres a su lado que alegran sus días.

Uno de ellos era “monumento”, un danés que lo acompañó en sus últimos once años y que se convirtió en parte de la vida diaria del laureado escritor.

Paso a paso “monumento” y Gardeazábal se entrelazaron en ese espacio de “amistad” y compañía que solo los amantes de las mascotas, y ellas mismas, entienden.

Este es el homenaje de Gardeazábal a “monumento”:

“Resolvió morirse en San Valentin, día universal de los enamorados. Había llegado a mi vida hacía 11 años, 7 meses y 23 días.

“Llegó cuando arreciaba la persecución. Quince días atrás me habían matado en una noche los cuatro perros que tenía. Querían entonces, (igual que ahora braman en las redes), que me callara. Que no siguiera opinando.

“Llegó de la mano de Isabel y Alejandro y llenó de vida esta casona a orillas del Cauca donde paso mi vejez. Era muy grande, la última vez que lo llevamos a la clínica pesó 91 kilos. Pero, así como era de voluminoso era de afectuoso y protector conmigo y, sobre todo con los muchos gatos que ayudó a criar y que se peleaban el derecho a dormir a su lado arropados por el inmenso calor que brindaba.

“Sus ladridos de gran danés dorado se oían a kilómetros y encabezaba el coro de los otros canes que le hicieron pronto compañía, dos malineses, tres chihuahuas y un Basset Hound, para aullarle a la luna y hacerme sentir protegido. Resistió con dignidad las batallas de salud que su gigantesco cuerpo le presentaba y a todas se sobrepuso.

“Le dio un infarto y ayudado con los mismos medicamentos que el cardiólogo me ha ido administrando para sobrevivir y, sometiéndole a una dieta de enfermo coronario, salió adelante.

“Con el paso de los años Monumento fue quedando ciego, pero como nos identificábamos tanto pude enseñarle a buscar sus nichos, a pasear en los potreros, a encontrar los platones del agua que con tanta cantidad y desespero bogó en su vejez.

“Trataba que tomara el último sorbo cuando el paro cardíaco. Le hablé y movió la cola para despedirse, como cuando era cachorro. Me inundó el llanto.

“Lo enterramos adoloridos la tarde del jueves, en el mismo colchón que murió y recubierto por el blanco sudario de nuestros ancestros, perfumado con lavanda turca, al lado del lago de los gansos que nunca persiguió, rodeado por media docena de sus gatos que ayudó a criar y a la sombra del chiminango repleto de orquídeas florecidas con el verano”. @eljodario