Bundolo lo llamaba Gardeazábal, uno de esos amigos que aparece una vez en la vida.

Este es su homenaje en “Crónica de Gardeazábal”:

Hace 74 años, cuando nació, pudo haber tenido alguno de los problemas que ahora permiten a pediatras y siquiatras organizar la educación de los niños especiales.

El, simplemente, tuvo que adaptarse a las fallas físicas con que nació y aunque jamás pudo pronunciar muchas palabras, aprendió a leer y a sumar, a restar y a multiplicar, pero no a dividir sino por montoncitos. Logró hacerse respetar con su fuerza corporal (alcanzó a medir más de 1.90) y a que le entendieran.

Aprendió a cocinar y nadie le ganaba como bailarín, aunque si su pareja quería lucirse, era mejor que no le hablara.

Entendió que aprender iba de la mano de obedecer y a quien le enseñaba le guardaba eterna gratitud.

Fanático del Deportivo Cali y paralelamente después del Cortulúa, combinaba el verde y el blanco con bermudas a la rodilla, medias a mitad de pierna, y de acuerdo al día del partido ondeaba en sus manotas la bandera gigantesca   del uno o del otro encabezando lo que fuera. Cuando me lancé por primera vez como candidato a alcalde en 1987 se vistió del amarillo de mis campañas y con la bandera de mi pueblo o la de Colombia me acompañó en esos bullangueros desfiles conque conseguí ser alcalde una y otra vez y gobernador del Valle con abrumadora mayoría de votos.

¿Quién fue Fabio Botero Zafra?

Se quedó desde entonces en mi vida y cuando el torbellino de la envidia me mandó a la cárcel y no a la tumba, Bundolo, como siempre se le conoció en Tuluá, y como le llamé toda su vida, fue el ujier diario de mi martirio.

Ni siquiera ahora que se ha dejado morir antes que permitir que le cercenaran su pie gangrenado por la diabetes, ceso de sentirlo a mi lado, respirando duro, batallando contra su enfermedad, pidiendo socorro para sobrevivir en clínicas y hospitales, entrando y saliendo de sus comas diabéticos, volándose asustado de esos centros médicos donde le llevábamos para aliviarle sus dolores, pero donde lo amenazaban con cortarle sus pies porque las llagas del azúcar lo carcomían.

Fiel como el mejor perro guardián.

Inteligente como nadie lo creía.

Honrado y honesto para poder seguir siendo amigo de los poderosos a los que nunca preguntó ni el origen de sus fortunas ni mucho menos de su poder.

Discreto hasta para morirse, Fabio Botero Zafra se llevó a la tumba mi afecto y mis secretos porque no fue en vano, por más de 30 años, mi guardia pretoriana.

Con tantas lágrimas en mis ojos como las que me depositó cuando la mujer de sus amores abortó y perdió la ilusión de ser padre, pienso que Bundolo fue inolvidable para muchos coterráneos e irreemplazable para mí.

Gustavo Álvarez Gardeazábal».