Las Cámaras de Comercio entran al mismo camino de las fuerzas militares.

Es decir, considerar los casos de corrupción, o delictivos, solo como manzanas podridas.

Pero no es así, analiza Gustavo Álvarez Gardeazábal en sus crónicas para www.rutanoticias.co:

“Parece que les llegó la hora a las Cámaras de Comercio de levantarse la bata y de mostrarnos que tienen sus calzones rotos.

Desde hace un tiempo la estructura que ellas han mantenido hace agua.

Algunos lo han notado, pero como finalmente son círculos cerrados su trasegar malicioso no ha sido puesto en evidencia pública.

Además, como por décadas el progreso de muchas ciudades y regiones se levantó sobre o alrededor de las Cámaras de Comercio.

El respeto hacia esas instituciones les ha dotado de un teflón que solo la politiquería ha alcanzado a ahuecar en una y otra parte sin mayores consecuencias hasta ahora.

Pero cuando estalló la crisis en la Cámara de Comercio de Montería y se suspendió a su presidente ejecutivo, Félix Mancar Gatti y la SIC y las ías se metieron a investigar, muchos esperamos que la noticia trascendiera y los acuciosos investigadores de la prensa bogotana pusieran el grito en el cielo.

No fue así y aunque se demostró parroquialmente que los contratos firmados en los últimos años eran casi que exclusivamente con las mismas empresas y la lenguas del Sinú comenzaron a revolotear en cuadro, nada ha pasado hasta ahora salvo la nota que su última edición publicó la revista Semana.

¿Hay una crisis estructural en las Cámaras de Comercio?

Paralelo a ese estallido, surgió el lío de la Cámara de Comercio de Pereira.

Y como los miembros de la Junta Directiva que renunciaron denunciando escandalosas irregularidades son demasiado conocidos y respetados, me pareció que el asunto merecía averiguar más.

Y hasta intenté comunicarme por correo con Julián Domínguez el presidente de Confecámaras preguntándole si en un caso de esos, o en el de Montería, la SIC podría intervenir las Cámaras.

No obtuve respuesta del doctor Domínguez.

Pero ayer leí que le dijo a Semana que la reputación del gremio no puede sufrir por casos aislados y que, como tal, apoyó las investigaciones en curso.

Es decir, que en las Cámaras de Comercio va a pasar lo mismo que en las instituciones uniformadas.

Que van a considerar los grotescos casos detectados en Montería, Pereira, Villavo y Cúcuta como manzanas podridas y no van a afrontar verdaderamente la crisis estructural de esas organizaciones.

La verdad hay que decirla.

El modelo de las Cámaras de Comercio sirvió para el siglo XX y hasta cuando permitieron que el gobierno nacional se mantuviera al margen.

Pero se las comenzaron a tirar desde el día que las hibridaron y le abrieron la puerta a los delegados que el gobierno nacional mete en sus juntas.

Alegando el derecho de estar al tanto del 30 o 40 % de los recaudos que ellas hacen y que son para el estado.

Salvarlas sería posible si modifican sus estructuras constitutivas y canalizan severamente su misión.

Pero defenderlas porque han servido mucho y las que apestan son apenas unas pocas, es jugar a suicidarlas más temprano que tarde.