Cartagena y Salento, hermanas en el turismo, también lo son en la crisis económica que cerró bares y restaurantes.

Dos ciudades olvidadas y sus gentes esperando que regrese el turismo.

Pero “sin aviones y sin buses de pasajeros, no hay turistas”, dice Gardeazábal al pedir apoyo para Cartagena y Salento.

“Crónicas del Enchuspado” de Gardeazábal para www.rutanoticias.co :

“El país, y la prensa bogotana, apenas parecen empezar a darse cuenta que ese gigantesco e ilusionante escaparate que durante años fuimos montando y que se llama “el turismo” se vino abajo y que si no hay un plan agresivo y bien imaginado para volverlo a poner en pie y meterle los cajones en su sitio, la crisis económica que se nos viene encima puede ser mucho más grande la que se cree por la falta de empleo, y por ende de efectivo en los bolsillos para reactivar el gasto en los hogares.

Colombia en la medida en que buscaba la paz con conversaciones o con intermediarios, con atrevimientos, con exclusiones o contra los eternos vengadores de las afrentas que alejan todo perdón y todo olvido, fue construyendo una esperanza en su paisaje y en sus gentes y descubriendo que el turismo era el gran gancho del desarrollo siempre y cuando la fama de asesinos y bandidos la desterráramos de campos y ciudades.

Todo fue vertiginoso y aunque algunas ciudades y poblaciones se mantuvieron alejadas del conflicto y casi que autoproclamaron una cuarentena para aislarse de los violentos, no fue sino firmar la paz, exclusiva y excluyente o como quieran juzgarla los uribistas, para que se desbocara el turismo.

¿Por qué no perder la esperanza con Cartagena y Salento?

Tanto que en Medellín, azotada por décadas por el fantasma de sus batallas interminables de narcos y enmarcada en la legendaria figura de Pablo Escobar, sus calles y parques se volvieron rápidamente parte de una ciudad repleta de turistas extranjeros y llena de atracciones y ganchos para quienes la visitaran.

Pero llegó esta peste y todo se vino abajo porque sin aviones y sin buses de pasajeros, no hay turistas. Sin turistas no hay hoteles. Sin pasajeros no hay quien busque bares o restaurantes o paseos y así, en cadena interminable, se nos fue la ilusión del turismo de las manos.

Dos ejemplos son contundentes como ejemplo de la crisis. La una, Cartagena, la joya de nuestro ensamble turístico tradicional con playas, islas, mares, diversiones, museos, vejeces y alegría de sus gentes.

La otra, Salento, el pueblito del Quindío donde el aroma del café, la cocina montañera, el paisaje de Cócora, las palmas de cera y la cordialidad, le permitieron elevarse a ser la Cartagena andina. De la una y de la otra, 120 días después que se oficializara la peste, no parece quedar sino el recuerdo.

Los centenares de hoteles, bares y restaurantes que se cerraron en Cartagena, a la par de igual o mayor número de almacenes, son comparativamente iguales a los 139 restaurantes y 97 locales que se cerraron definitivamente en Salento y vaciaron sus calles.

Ni para la una ni para la otra, pese a ser solo hermanas en su intención turística, hay alguien que proponga una salida diferente al asistencialismo que embadurna con caridad cristiana, mercaditos y ayudas pingues mensuales un problema tan verraco.

Pero no pierdo la esperanza. Debe haber quién copie lo que hagan en Europa o quien se imagine atrevidamente lo que podemos hacer para salvarnos.