Son cerca de 30 páginas que desnudan la situación que afronta hoy el periódico El Colombiano.
Una narración cruda sobre dos jefes de redacción, Jorge Alberto Velásquez Betancur y Fernando Quijano, y una directora, Martha (con h intermedia) Ortiz, quienes poco a poco llevaron al personal del principal diario antioqueño a una crisis tan grande como la que vive el propio periódico.
La narración empieza con Jorge Alberto Velásquez Betancur, quien llegaba de España con aires de “conquistador” y demostró su escasa capacidad de relación con los periodistas de la sala de redacción.
“En la época en que este colega y abogado trabajaba en El Colombiano aún no contábamos en el país con la Ley de Acoso Laboral, pero sí existían normas universales de respeto a las personas, que él violaba.
Su trato para con algunos periodistas era desobligante, llegando a ser un déspota cuando, sin mucho esfuerzo, se lo proponía, en medio del cinismo que lo caracterizaba”, se lee en el escrito de las 30 páginas.
Velásquez dio ejemplo de esa misma capacidad recientemente en la dirección de comunicaciones de la Gobernación de Antioquia, donde repitió su difícil capacidad de relacionarse con los periodistas hombres.
Todos los días criticaba el trabajo de los periodistas, pero cuando llegó una evaluación de un organismo de control, solicitando el plan de comunicaciones, se dio cuenta que nunca les había dicho a sus subalternos qué debían hacer.
El grupo de trabajo quedó tan dividido, que muchos de los periodistas de la Gobernación dieron gracias cuando se fue, mientras otras lloraban porque se retiró sin darles el merecido ascenso que esperaban.
¿Quién es Fernando Quijano?
El segundo jefe de redacción fue Fernando Quijano.
Quien trataba a los periodistas de lagartos y “buscadores” de almuerzos mientras que él, desde Bogotá, llamaba a relacionistas públicos para que le mandaran boletas de ingreso las ferias de Plaza Mayor, para su hijo.
Sus historias de acosos a secretarias y periodistas quedaron explícitas en la carta.
“… A una editora le decía: “no servís para nada”…
«A esa misma mujer le dijo: “Vos tenés que demostrar yo por qué te ascendí, o la gente va a decir que, porque sos bonita, yo te estoy comiendo”, se lee en el escrito.
Y la tercera es Martha Ortiz, una mercadeologa, o publicista que, parece, reencarnó en un solo cuerpo a Velásquez y Quijano.
Y quien tomó la dirección de El Colombiano llevándolo poco a poco a una crisis de circulación, credibilidad y desamor como nunca en los 106 años de vida del periódico.
Su escaso nivel de relación con las demás personas (excepto uno que promovió por amor propio) llevaron a que las figuras destacadas del diario paisa se fueran del periódico.
Hasta a su tía, Ana Mercedes Gómez Martínez, la sacó en su afán protagónico.
Y a Henry Agudelo, ganador de todos los premios mundiales de fotografía posibles, y el mejor reportero gráfico de Colombia en los últimos 20 años, lo presionó hasta hacerlo renunciar, solo porque necesitaba, como mujer ,ese cargo.
Esta es la carta, de 33 páginas, escritas por el periodista Germán Jiménez, sobre El Colombiano.
Un diario que tuvo posición, ascenso social y credibilidad y cuyos periodistas en los últimos 20 años soportaron tres jefes que lo llevaron a lo que es hoy.
¿Qué dice la carta de Germán Jiménez?
“Envigado, 22 de julio de 2018
Periodista CARLOS ALBERTO GIRALDO
Editor Área de Investigaciones
Periódico El Colombiano
Apreciado jefe, Soy Germán Jiménez Morales, Comunicador Social Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana y periodista al servicio del periódico EL COLOMBIANO, en el Área de Investigaciones.
Mi jefe inmediato es Carlos Alberto Giraldo y mis compañeros de equipo son Nelson Ricardo Matta Colorado y José Guillermo Palacio.
Lo que tienen en sus manos es un documento, que a la manera de un Grito me sale de lo más profundo del alma.
Es, además, una alerta que refleja mis dificultades para seguir enfrentando, solo, un ambiente laboral que en los últimos años se ha tornado cada vez más hostil, enfermizo, atentatorio contra la dignidad de las personas, presuntamente violatorio de normas consagradas en la Ley de Salud Mental, la Ley de Acoso Laboral y la Tabla de Enfermedades Laborales en lo atinente a la prevención de los factores de riesgo psicosociales.
Todo esto ocurre en una organización en la que tanto sus dueños, como los altos directivos y los mandos medios han incurrido en una conducta presuntamente omisiva, condenando al personal que labora en la Sala de Redacción a una enorme carga de estrés que deteriora la salud mental.
Aunque tengo información de otras áreas, me concentraré en lo que he sentido y vivido a lo largo de más de 25 años en esta casa periodística.
Me inicié como periodista en la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.
Desde la UPB decidí que me convertiría en un periodista económico, una especialización que en la década de los 70 no existía, razón por la cual me volví autodidacta desde el último año de carrera.
Antes de empezar a cumplir mi meta, fui docente en un instituto tecnológico, la academia Assti, y también fotógrafo de eventos familiares.
Mi desempeño profesional comenzó en la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia.
Era un trabajo de medio tiempo como redactor especializado en temas económicos para el Periódico Cifras y la Revista Antioqueña de Economía y Desarrollo (RAED).
Por ser publicaciones mensuales y trimestrales, tuve el privilegio de aprender mucho con cada tema que abordaba y publicaba.
Gracias a todo ello mi posicionamiento profesional se dio de manera temprana.
Siendo todavía un periodista recién egresado, el diario El Mundo y El Colombiano se referían a mi como el “experto” cuando reproducían informes de Cifras o la RAED, un título que agradecí, pues reflejaba la búsqueda de profundidad, rigor y novedad que siempre he buscado para mis informes.
Ese posicionamiento llevó a que luego la Cámara de Comercio me contratara de tiempo completo.
Allí pasé en total unos cinco años, trabajando, aprendiendo y ganándome un lugar dentro del mundo del periodismo especializado en análisis económico y financiero.
En la Cámara no todo fue color de rosa.
Allí viví mi primera experiencia de acoso laboral, un tema que, vale precisar, para la época, no tenía desarrollo normativo, pero mi juventud, inexperiencia e ignorancia para encarar ese tipo de situaciones llevaron a que mi cuerpo me pasara como cuenta de cobro una colitis recurrente, que me fue tratada por el médico Darío Mejía Velásquez.
Testigo directo de esa situación y de los males que tal acoso me provocaron fue mi novia de entonces, Martha Lucía Zapata Yarce, quien a su vez trabajaba en la Cámara en el Centro de Documentación.
Al ver lo reiterado de las diarreas y la poca efectividad de los medicamentos que me prescribía y que yo me tomaba juiciosamente, mi médico me indagó un día por las situaciones de tipo emocional que me pudieran estar afectando.
Mi vida familiar era muy buena.
En esa época vivía cómodamente y sin conflictos con mis hermanos y padres, con quienes dicho sea de paso he disfrutado de una maravillosa relación, lo cual no obsta para reconocer disgustos menores que siempre fueron solucionados gracias al amor familiar y mi relación de pareja también era espléndida, pues comenzaba a disfrutar de un amor maduro al lado de mi novia.
La fuente de malestar emocional estaba en la relación laboral con la segunda jefe que tuve, quien al ser ascendida me visualizaba como un factor de competencia, cosa que no era cierta, porque desde la universidad definí que mi pasión era la escritura, el análisis, la investigación y no los puestos directivos.
Clarificado ese hecho, mi médico me recomendó varias cosas: lo primero, que equilibrara más mi vida, incrementando el disfrute de la misma, pues él notaba que era muy responsable con mi trabajo y que los reconocimientos por ello saltaban a la vista.
Que le revelara a un superior los problemas que tenía con mi jefe, a fin de encontrar una salida a los mismos, lo cual hice efectivamente, acudiendo al entonces Director Ejecutivo de la Cámara de Comercio, Javier Chica Molina.
El director hizo lo mejor que pudo, pero por razones que desconozco el acoso de mi jefe nunca cedió.
Por ello, presenté en dos ocasiones mi carta de renuncia y en ambas oportunidades Chica Molina las descartó.
“¿Para dónde te vas a trabajar?”, era lo primero que me preguntaba, a lo que le decía que no tenía trabajo, pero que no me aguantaba más la situación.
Entonces, él me tranquilizaba, me prometía que intervendría y me declaraba que “yo te dejo ir el día que me digas que vas para un trabajo mejor, mientras tanto, deja el asunto en mis manos”.
Siempre confié en ese mensaje paternal de Chica Molina, a quien aprecio profundamente.
Además del respeto que siempre me tuvo, me enseñó algo valioso: uno no sale corriendo de una empresa cuando tiene el primer problema, pues si huye la primera vez, corre el riesgo de seguirlo haciendo el resto de su vida.
Me quedé, entonces, enfrentando esa situación anómala, pero ya desde un mayor nivel de conciencia.
Seguí el nuevo manual de mi médico y comencé a fortalecerme emocionalmente para interactuar con jefes hostiles.
En esas estaba cuando recibí una llamada del entonces gerente de El Colombiano, Jorge Hernández Restrepo, quien me invitaba a formar parte de este periódico, en calidad de responsable del suplemento Economía, Negocios y Finanzas, un producto especializado que, si mal no recuerdo, se publicaba quincenalmente.
Llegué a esta casa periodística a finales de la década de los 80 (otro día les preciso la fecha, si es relevante), precedido por el Good Will de un periodista especializado en información económica y financiera.
Me consagré a mi trabajo de editor y redactor, innové en los temas, en la presentación, en el ingreso de nuevos colaboradores, inicié una serie de Economía para no Economistas, vinculando a esa labor a un experto en economía que laboraba en la seccional Medellín del Banco de la República, Albeiro Acevedo Duque, y a un ilustrador como Memo Ánjel.
En mis comienzos también fui el coordinador de una página semanal y especializada en Ingeniería y Construcción.
Allí comencé a explorar el maravilloso mundo del sector eléctrico, en cuyo corazón, a nivel regional, están las Empresas Públicas de Medellín.
Durante mi vida laboral en El Colombiano, he trabajado como redactor especializado en el área de Economía.
También tuve el privilegio de desarrollar nuevas habilidades en áreas como Vida y Sociedad, en calidad de redactor cultural; en el área Metro y hasta en el Centro de Información Periodística.
En cada área a la que llegaba siempre veía oportunidades de aprendizaje y desarrollo profesional.
Una buena prueba de ello son mis libros.
En este momento ya van 13, número que, creo no equivocarme, jamás ha escrito en toda su historia un periodista de EL COLOMBIANO.
Todos y cada uno de esos libros nacieron aquí. Algunos fueron recopilaciones de informes publicados en este diario y para volverlos libros los dueños de la empresa actuaron siempre con generosidad infinita cediendo los derechos patrimoniales de esos artículos.
En cada momento agradecí ese gesto. Aquí vuelvo y lo reitero.
Esos 13 libros (2 pendientes de publicación) reflejan el nivel de desarrollo profesional que he logrado en mi vida. Todos han sido escritos en simultánea con mi actividad laboral en El Colombiano. Uno de ellos fue presentado en sociedad en las mismas instalaciones de esta casa periodística y varios fueron comercializados directamente por la empresa, como es el caso de “Aghhh, tengo unas ganas de pegarle a mi jefe”.
Y, vaya coincidencia, este último libro forma parte de la trilogía de un tema que me apasiona: El derecho a la felicidad hasta en el trabajo.
El primero de esta serie fue La calidad, una filosofía de vida, publicado en 1991. Su base fueron los artículos publicados en El Colombiano sobre la calidad total. Allí alerté sobre la necesidad de que las organizaciones practicaran un humanismo generador de utilidades. Promoviendo un desarrollo integral de los seres humanos, la productividad y la generación de utilidades llegarían con mayor facilidad. La organización me cedió los derechos patrimoniales de esos artículos y así pude publicar un libro que fue exitoso, en alianza con Acopi Antioquia y el Sena. Tan exitoso fue que se sacaron dos ediciones.
El amor y compromiso con esos temas me llevaron luego a interesarme en el papel que los jefes cumplen en las organizaciones y, sobre todo, en los daños físicos y emocionales que esos jefes pueden ocasionar cuando hacen ejercicios abusivos del poder y la autoridad que les han sido conferidos.
Y aquí va un secreto, que en semanas recientes tuve oportunidad de confesarle al presidente de El Colombiano, Luis Miguel de Bedout: inspirado en jefes que han pasado por la sala de redacción de El Colombiano he escrito tres libros. Inspirado, léase bien. Pues en ningún caso sus nombres han aparecido. Tampoco el de la empresa. Estos jefes han sido meros referentes o, si se quiere, un estímulo para profundizar en todo lo que hay más allá de sus nocivos estilos de gestión.
A Jorge Alberto Velásquez Betancur tuve el honor de entregarle, en sus propias manos, un ejemplar de “El Jefe se Jubila”.
En la época en que este colega y abogado trabajaba en El Colombiano aún no contábamos en el país con la Ley de Acoso Laboral, pero sí existían normas universales de respeto a las personas, que él violaba. Su trato para con algunos periodistas era desobligante, llegando a ser un déspota cuando, sin mucho esfuerzo, se lo proponía, en medio del cinismo que lo caracterizaba.
En lo que a mí atañe, Jorge Alberto me demostró en múltiples ocasiones que no era de sus afectos. Nunca supe por qué. Lo que sí sé, es que llegué al punto de pedirle que nos reuniéramos y que, con la mediación de Ana Mercedes Gómez Martínez, como Directora en esa época, tratáramos de esclarecer cuál era la fuente de su acoso y disgusto conmigo.
Esa reunión, que pedí por escrito, nunca se dio. La empresa tampoco intervino cuando denuncié que Jorge estaba violando la ética periodística e incurriendo en una censura reprochable, porque siendo Jefe de Redacción de El Colombiano llegó a actuar, simultáneamente, como miembro de la Junta Directiva de Empresas Públicas de Medellín. En esa doble condición estaba inhabilitado para emitir el más mínimo concepto sobre los informes que se publicaban sobre EPM, como ocurrió con uno que escribí y no dejó publicar, patentizando con ello su conflicto de intereses.
Ese episodio le tocó a Juan José García Posada como director encargado y tampoco recibí una respuesta a mi denuncia, pero mi actuación sí indispuso más al colega y abogado que luego, como gerente de Teleantioquia, seguía pretendiendo dar también órdenes como Jefe de Redacción, que ya no era.
El segundo libro fue “Aghh, tengo unas ganas de pegarle a mi jefe”, inspirado en Fernando Quijano Velasco. El mal genio y mal trato e irrespeto de Jorge Alberto parecían ridículos frente a la capacidad de terror de Quijano. Yo lo enfrenté, debo resaltarlo, y en alguna ocasión le pregunté: ¿oye, para ti qué es más importante, que te respeten o que te tengan miedo?, a lo que él, totalmente consciente, dijo que reconocía que tenía un problema que debería consultar con un especialista. Eso era cierto, pero sonaba a chiste de mal gusto, porque el grueso de sus actuaciones estaban marcadas por la maldad.
Quijano dividió la redacción. Puso de un lado a la sangre joven, a los comunicadores recién egresados que, creía él, serían los llamados a renovar un periódico arcaico y conservador. Ignoraba, a propósito, que a esos jóvenes hay que llevarlos lentamente a que se empoderen, a que sean reconocidos por los lectores y fuentes, para que hagan un trabajo más profesional, útil e impactante, que incrementara la masa de lectores del diario.
Su sueño era tener, como Gabo, una sala de redacción en la que todos se quedaran congelados en los 25 años, sobrando, en consecuencia, los que él llamaba como “históricos”.
A esos históricos los martirizó, literalmente. ¿Recuerdan a Margarita Inés Restrepo Santamaría? Entre sus amigas más cercanas, como Liliana Vélez de Restrepo y Ofelia Luz de Villa, pueden hallar testimonios de todo el instrumental de la humillación y el maltrato que utilizaba Quijano, y sobre la presunta relación que todo eso tuvo con el cáncer de Márgara.
A todos nos sorprendió que el modelo de jefe de Quijano fuera premiado entregándole el cargo de director del diario La República. El haberlo dejado impune en sus actuaciones en El Colombiano, lo empoderó, aún más, en su capacidad para maltratar a la gente.
VICE se define como un medio global para jóvenes, opera en más de 30 países y en Colombia está desde 2014. El 3 de agosto de 2017, en un informe en su página web, que aparece firmado por Vice Colombia, 11 periodistas del diario La República revelaron, con reserva de sus nombres, el presunto acoso del que fueron víctimas por parte de Fernando Quijano.
Lo pertinente aquí son las presuntas formas de humillación que fueron puestas en conocimiento de la opinión pública.
Veamos.
En el trato a una secretaria, el director no la bajaba de “hijueputa bruta” e hizo que la echaran. Si le suena inverosímil lo que acaba de leer, pare, busque el informe de VICE y léalo usted mismo completo. Como guía, ponga en Google “VICE” “hijueputa bruta” y no solo le desplegará el artículo en cuestión, sino también un comentario al respecto de la escritora Piedad Bonnet, titulado “No es hora de callar”.
El directivo muchas veces se jactaba de que a él le gustaba que le tuvieran miedo.
Cuando regañaba, especialmente a las mujeres, las encerraba en una sala y empezaba a gritarlas. Varias de sus empleadas no aguantaban la presión y lloraban al salir, frente a sus propios compañeros.
llegaba una mujer y no le gustaba la forma como estaba ataviada, le decía: “Largate, vestite bien “.
A una editora le decía: “no servís para nada”. A esa misma mujer le dijo: “Vos tenés que demostrar yo por qué te ascendí, o la gente va a decir que, porque sos bonita, yo te estoy comiendo”.
Su sola presencia infundía terror. Siempre llegaba de mal genio y la gente no sabía a quién iba a regañar, como si todo dependiera de su estado de ánimo.
Se aprovechaba de que los sueldos en la empresa eran buenos y decía: “Sos ahorita la persona que debería salir. Si yo tuviera que echar a alguien, te echaría a ti, no confío en tu trabajo, tu trabajo me da desconfianza. Cuando cerrás periódico tengo miedo, tiemblo del miedo. Nunca te van a pagar lo que te estamos pagando acá. Te estamos haciendo un favor al pagarte ese sueldo”.
Uno de sus actos pedagógicos era poner a un subalterno a que reemplazara al jefe: “¿Sabés qué? Vos no podés con este cargo. Vos no servís de editor, tu periodista está haciendo mejor el trabajo” y ese día pasaba al periodista como editor.
Un subalterno cometió un error y le dijo: “Vos sos un hijueputa animal”. El empleado le respondió: “¿Qué le pasa?, yo no soy ningún animal” y le renunció.
Delante de todos le decía a alguien de su equipo que no servía para nada y que hasta una persona del aseo podría hacer mejor su trabajo.
Por errores en una publicación golpeó con un periódico en la cara a algunos periodistas y a una persona cuyo padre acaba de fallecer le dijo que eso no le importaba porque “esto no es un centro de beneficencia”.
Los editores que nombraba, a la semana ya estaban manejando la misma filosofía del miedo de su jefe. Recursos Humanos estaba al tanto. Un periodista renunció y anexó a la carta pantallazos de conversaciones con su jefe inmediata, en las que decía, por ejemplo: “Ustedes son tontos’, “miren, si no hacen esto, ¿quieren que los despida?”.
Aumentaba su poder haciendo sentir mal a los demás. En una reunión hizo una pregunta y nadie le dio la respuesta que él quería. Entonces dijo: “Ustedes son unas pobres bestiecillas, no saben nada de la vida. Son unos ignorantes”.
También predicaba cosas buenas: Usted llega aquí a las 8 de la mañana y se tiene que ir a las 5 de la tarde, punto. Si usted a las 5:15 está aquí le mando memorando porque usted tiene que ser capaz de hacer sus funciones en el horario establecido. Necesito que vaya, salga a las 5 de la tarde, vaya al gimnasio, vaya a cine, vaya al centro comercial.
Pero las borraba con el codo. A los que cometían errores los insultaba fuerte. Empezaba diciendo: “¿Y usted, de qué universidad fue que salió?’ o ‘¿Usted cuántos años de experiencia es que tiene?’ o ‘Eso solamente lo hace un retrasado mental’ o “eso solo lo hace un bruto”.
Una mujer afrodescendiente llevaba 20 años en la empresa. ‘Necesito que usted me saque a esta vieja’. Y la editora le dijo: ‘¿Por qué la voy a sacar?’. Y él: ‘Pues porque es negra’. Uno dice, ¿me está hablando en serio? ¿Que haya que sacar a una persona no porque sea mala o porque no haya cumplido sino porque es negra? Eso no tiene ninguna presentación. Mucho menos en este momento.
Cuando la gente cometía un error la ponía a hacer planas y “Tocaba entregárselas a las personas de Gestión Humana para que adjuntaran eso al archivo de uno. Así más de uno.
A uno de los periodistas lo pusieron a hacer una noticia. Eran las 12 del día. Diez minutos después bajó el director y preguntó quién tenía esa nota. El editor le dijo quién era y fue y lo puteó, porque ya otros medios la tenían en sus portales de internet. El periodista trató de defenderse y director le dijo ‘¡Cállate, güevón! ¡Cállate!’. Y le dijo al editor jefe: ‘Ponele memorando a este güevón’. Esos memos los ponía “por estupideces absurdas”, se lee en VICE.
“Fue súper hipócrita”. Cuentan sus exsubalternos que a los altos empresarios les decía que tenía el mejor equipo de periodistas, que le daban sopa y seco a la competencia y que eran los más sobresalientes de todas las universidades. “Mi grupo se lleva a cualquiera por delante”. Y, a ese mismo equipo, le decía: ‘A ustedes qué les pasa, están siguiendo agendas de las agencias de comunicación, son unos ineptos, unos brutos’.
“Mi hijo hace mejor el trabajo que tú”, le dijo a un infografista, mientras que a otra persona de su equipo le dijo “esa cabeza suya solo sirve para tener el pelo’.
“Me daba pánico ir al trabajo”. A ese punto llegó una de las personas que se refirió al presunto acoso laboral de parte de su director. Confesó que vivía con miedo. Se levantaba llorando, no podía ni siquiera dormir y le palpitaba el corazón. Por todo ese acoso, renunció.
A otra persona, que fue calificada por su jefe como un “gusano”, cuando era editora jefe “le salían fuegos del estrés en la cara”. Todos los días le decía que era la peor, que no servía para nada y que si no tenía dos dedos de frente para poner ese titular.
Otro exempleado comentó: “Yo salí y duré medicándome cuatro meses para poder dormir. No podía. Todavía me emociona un montón”.
Y los efectos son duraderos. “Me acuerdo que él le reiteraba a uno tantas veces que uno era malo, que uno era un flojo, que uno era un perezoso, que uno era un retrasado mental, ese tipo de términos, que me lo terminé creyendo. Les decía a mis papás y a mi novio que yo era mala. Pero conseguí otro trabajo y no, sí soy buena, conseguí otro trabajo en el que, gracias a Dios, gano más”.
A otra persona lo transformó totalmente esa experiencia, pero para mal: Yo salí de esa empresa cambiadísimo. Yo salí y dije: ‘Yo soy una mierda de persona’. Me volví una mierda de persona: súper acelerado, rabón con todo el mundo, maltrataba a la gente. Estaba de mal genio todo el tiempo. Esa presión tiene un efecto directo, psicológico, sobre uno. A todos los de La República los veo como seres vacíos. Están ahí, luche y luche, pero nada».
Algunos tuvieron que buscar ayuda profesional. “Una compañera tuvo una crisis nerviosa, estuvo de psiquiatra. Alguien que parecía que no se quebraba por nada, pero mira que sí: durante su trabajo en el periódico tuvo una crisis nerviosa en la que la tuvieron que incapacitar como dos meses, por causa de ese trato”.
“Fresco, no pasa nada”
“Una recopilación de lamentos anónimos, repetitivos y contradictorios”. Así calificaron 20 exsubordinados de Fernando Quijano las revelaciones de presunto acoso que hicieron sus 11 excompañeros.
Ese “G20” no se pronunció sobre la veracidad de lo denunciado. Inclusive, al intentar defender al director lo perjudicaron, pues legitimaron el maltrato como un método pedagógico, que a ellos los condujo al éxito.
Según los firmantes, entre los que estaba en ese momento una Secretaria de Cultura de Medellín, ellos recibieron sus consejos, órdenes y regaños. “Por supuesto que recibimos sus «puteadas» también.” Pero no les causaron ningún daño, porque a ellos, según expresaron, les podía más la pasión por el oficio que el pesado ambiente laboral.
“NUNCA entendimos nada de lo anterior como acoso laboral, como hoy quieren vender la situación. ¿Que hay jefes más laxos, blandos, queridos, amigables, genios o santos? Sí, millones. ¿Que usted es una persona con temperamento fuerte y que genera prevención y resistencia entre algunos colegas? También.
No obstante, podemos decir que su liderazgo también ha forjado muy buenos productos periodísticos, así como estimulado periodistas, comunicadores, investigadores, diseñadores y columnistas”.
Fernando Quijano se defendió haciendo gala del estilo que le recriminaron sus 11 exsubalternos, a los que calificó de “lacras profesionales”.
Sus argumentos lo dejaron mal parado a él y a los dueños de la empresa en que prestaba sus servicios, porque, según se colige de sus propias declaraciones, los procesos de selección de personal carecían del más mínimo criterio profesional.
Dijo que esas personas fueron retiradas de la organización, porque esta “debe protegerse de los periodistas negociantes, que fallan en las cifras, en los nombres, en la ortografía, que no estudian, en general, que no dieron la talla para ser formadores de opinión económica, empresarial o financiera”.
Por escrito, el director argumentó que “todos los días tratan de llegar al periodismo económico personas que solo ven en este oficio viajes, cocteles, becas, comidas e invitaciones, todo a cambio de noticias falseadas o tendenciosas; defecto que combinan con mala preparación, poco estudio y mala escritura. Son las lacras profesionales con las que debemos luchar frecuentemente”.
VICE publicó todos los puntos de vista. Recogió más testimonios de otras personas y se mantuvo en una posición: “el acoso laboral es una realidad silenciosa en demasiados lugares de trabajo en Colombia, no solo en las salas de redacción. Al ignorarlo o intentar llevar el debate en otra dirección, poco vamos a aportar los periodistas a un cambio”.
¿Por qué El Colombiano se dio “el lujo” de tener como jefe en su sala de redacción a un personaje como este?
¿Será que sus actuaciones no fueron conocidas en Gestión Humana, en Salud Ocupacional, en la Dirección del periódico, en la Junta, ni entre los dueños de la empresa?
La verdad es que en la plena primavera de su maltrato los empleados quedaron huérfanos de apoyo.
¿Recuerdan a una gloria de El Colombiano, Pablito Arbeláez? ¿Qué relación tuvo su infarto con todo ese ambiente malsano?
Yo hablé con Pablito, ya jubilado él, y le compartí esta visión personal que, al final, le aguó el ojo y lo dejó prácticamente sin palabras, las mismas que yo espero ustedes tengan el valor de buscarlo para escucharle.
Pablito fue un profesional ejemplar, eso lo reconocen inclusive a nivel internacional en el mundo del ciclismo, para citar un solo caso. En El Colombiano, sin embargo, en la era Quijano comenzó a ser tratado como un Don Nadie.
El caso de Pablito sirve para evidenciar el dramático cambio que tuvo el ambiente laboral en EL COLOMBIANO.
Él llegó a este diario cuando los administradores veían a sus empleados a los ojos. Se los encontraban de frente en cada rincón de la organización. Era frecuente verlos disfrutar del almuerzo en el restaurante de la empresa. Llamaban a las personas por sus nombres. Iban a sus casas y hasta aceptaban “cargar” a los hijos de sus empleados, ya fuera como padrinos de Bautizo o de Confirmación.
También eran de una generosidad sin límites. La empresa crecía, multiplicaba su capacidad de producir riqueza y parte de la misma la entregaban, con auténtica emoción, a sus empleados. Claro, las empresas evolucionan y sus ganancias se contraen. Eso lo entendemos todos los que hemos visto el recorte de beneficios y a los que nos vendieron la idea de que, al renunciar, por ejemplo, a la retroactividad de las cesantías, íbamos a tener como compensaciones mejores aumentos salariales y bonificaciones.
Dirán que la dura competencia y la amenaza de la supervivencia de los periódicos frustró esas promesas.
Vale. Hasta eso se puede aceptar y dejar de pensar que hubo un engaño colectivo. Lo que no es aceptable es que se haya perdido el respeto por la gente, algo que era una norma que nadie tenía que escribir en el reglamento interno de trabajo. Ese era un valor que traía ya cada empleado y jefe que ingresaba a esa organización.
Esa prole de dueños carismáticos y bonachones fue relevada de los cargos directivos de la organización.
Algunos de esos dueños se habían ganado el derecho a salir por la puerta grande, pero hasta eso les negaron. Al momento del relevo generacional fueron ofendidos, públicamente, por sus propios parientes.
El espectáculo fue grotesco y me refiero a lo que todos ya conocen y que al escribirlo no representa ninguna violación de reserva: el conflicto público entre Ana Mercedes Gómez Martínez y Martha Ortiz Gómez.
Entre la tía y su sobrina.
Basta leer esos nombres y esos apellidos y esa relación filial para darse cuenta de lo horrendo que eso significa. Solo ellas sabrán de las heridas tan profundas que ese hecho les produjo en sus constelaciones familiares y en sus círculos de amigos. Lo que el resto sí sabemos, pero quizás las familias propietarias ignoren, es que tal espectáculo mató la poca moral que les quedaba a los empleados. Muy claro quedó que se iniciaba un período de dolor, lágrimas y dientes apretados.
Estaban en lo cierto.
¿Cuando ni los dueños se respetan entre sí, qué pueden esperar quienes están sometidos a la autoridad de los jefes que ganaron esas batallas familiares?
A todos nos cambió la vida en El Colombiano, para mal, no sobra decir.
Los horarios de trabajo se volvieron eternos, porque en la nueva era llegaron a puestos claves jefes que poco o nada sabían del oficio y que solo mandaban a punta de sus extravagancias y no había forma de complacerlos. Pedían cosas absurdas, descontextualizadas, que implicaban tediosos reprocesos en los productos que se les entregaban.
Personas que ayudaron al crecimiento de la organización, a darle con su trabajo un renombre dentro del mundo del periodismo, de pronto ya no cumplían el perfil y eran acosados y acosados, con la esperanza de que renunciaran, y al no lograr ese objetivo los despedían.
¿Cuánto talento humano se ha matado en EL COLOMBIANO en los últimos cinco o seis años?
¿Por qué la Mesa Central es como un Crematorio Central, en donde los periodistas ascendidos duran tan poco?
Les dejo como reto que documenten uno de los más recientes casos: el de Carlos Olimpo Restrepo.
“Oli” era la alegría de la Redacción y con su renuncia intempestiva, nos mataron la alegría. Eso se lo escuché a alguien de Comunicaciones. Todos vivimos su angustia desde que llegó a la Mesa Central. Vimos su desmoronamiento emocional.
Yo mismo lo tuve en uno de los talleres que dicto. Yo mismo hablé con él y no les voy a hacer el trabajo de relatarles su historia.
Tengan el valor de hablar con él directamente, para que les cuente cómo fue la pesadilla que terminó poniéndolo a punto de infarto; cómo vivió un ataque de pánico delante de Martha Ortiz y Margarita Barrero Fandiño; cómo el Jefe de Gestión Humana le reconoció que sabía de todo lo anómalo que ocurría pero que tenía las manos amarradas; cómo la Jefe de Nómina luego de escucharle los evidentes daños emocionales que ya tenía le recomendó que tomara clases de pintura para relajarse…. y para que les cuente qué le dijo, si es que le dijo algo, el Presidente de la compañía que también ya estaba enterado de todo.
El drama de todo esto es que, nadie hace nada. Y no desde ahora.
Todos parecemos condenados a sufrir como irremediable el deterioro continuado del clima organizacional. Al mismo Juan Carlos Quinchía, jefe de Salud Ocupacional, le mostré un día la gravedad de las enfermedades que se cocinan en un ambiente laboral que no cuida los factores de riesgo sicosocial, como es el caso de la Sala de Redacción de El Colombiano. Él, muy consciente de la situación, me respondió que eso se sabía, pero que no podía hacer nada porque la gente no dice nada.
Claro, Quinchía, no dicen nada por miedo, pero enterado como estás, al igual que toda la organización de que algo muy malo pasa con esos factores de riesgo sicosocial, tu obligación moral y profesional es intervenir, no quedarte con las manos cruzadas, como lo hacen los dueños, los directivos y el mismo jefe de Gestión Humana.
Yo he decidido no callar más, porque siento que mi salud mental empieza a enviarme señales que no me gustan.
Desde mi ingreso a El Colombiano he tenido un excelente desempeño laboral. Lo digo así, de claro, porque nadie me puede demostrar lo contrario.
He pasado por diversas áreas, y en cada una de ellas he producido informes periodísticos que cumplen con todos los estándares de calidad. Y he ido más allá, pues algún día Diego Fernando Gómez, asesor de la Dirección, dijo que a mí me pedían que hiciera una iglesia y construía una Catedral. Y, sí, aquí no cabe la falsa modestia. Le he cumplido con creces a mi empresa. Y de ello dan fe varias cosas.
Uno, los 13 libros que he escrito (11 ya publicados), que, supongo yo, deben ser fuente de orgullo para la organización también, pues no es muy habitual que los periodistas en ejercicio también publiquemos tal número de obras.
1 Las intocables EPM
2 El Señor de las EPM
3 Tras las Huellas del Apagón
4 Colombia se apaga
5 Pescadero Ituango; la Central de las Ambiciones
6 Naufragio cultural y otras historias de periodismo económico.
7 Álvaro Villegas Moreno: secretos de un líder
8 50 años de control fiscal en Medellín
9 La Calidad total, una filosofía de vida
10 El Jefe se jubila
11 Aghhh, tengo unas ganas de pegarle a mi jefe
12 Holocausto Emocional (a punto de publicar)
13 Las fortunas del mal (listo para publicar).
Dos, todos los reconocimientos y premios de periodismo que tengo los he recibido durante mi ejercicio en El Colombiano. Todos, sin excepción.
Formé parte de equipo de redactores de El Colombiano que en los años 1991 y 1992 obtuvo el Premio de Periodismo Simón Bolívar, por los informes El desbalance de la Justicia y Derribemos El Muro.
En 1991 la Asociación Colombiana de Calidad Total me entregó una distinción por los aportes a la promoción de la filosofía del mejoramiento continuo.
En 1998 el Círculo de Periodistas y Comunicadores Sociales de Antioquia me otorgó el Premio Cipa a la Excelencia Periodística, en la categoría Escritor-Periodista.
En el 2002 formé parte del equipo de trabajo galardonado con el Premio Rey de España, por una serie de informes sobre El conflicto urbano en Medellín.
En 2007 Cotelco Antioquia me entregó el Premio al Mejor Trabajo Periodístico, por el análisis «Explosión de hoteles en Medellín».
En 2008 Fenalco me otorgó el premio al Periodista Económico Distinguido.
En 2010 gané el premio Colprensa, en la modalidad crónica o historia periodística, con su artículo «Un paisa sentó a Mr. Allen en una mina de oro».
En 2012 formé parte del equipo periodístico ganador del Premio Cipa en prensa escrita, por el trabajo Las caras de la desmovilización.
En 2012 gané de nuevo el premio Colprensa, en la modalidad de Investigación, por el informe especial Los secretos de la Catedral de Pablo Escobar.
En 2013 y 2014 formé parte del grupo de seleccionados al premio latinoamericano de periodismo de investigación del Instituto de Prensa y Sociedad (Ipys) y Transparencia Internacional, por los reportajes sobre La catedral privada de Pablo Escobar y el detallado seguimiento a la crisis de Interbolsa y el Fondo Premium Capital.
Tercero, gracias a todo ese recorrido, hace ya unos seis años fui invitado a formar parte del Equipo de Investigaciones de El Colombiano, área en la cual he escrito informes que fueron motivo de orgullo para nuestros jefes y editores y, ni qué decir, tuvieron un gran reconocimiento de parte de nuestros lectores. Cito algunos ejemplos:
El Diputado que se bañó en ron de la FLA, investigación que terminó con detención domiciliaria e inhabilidad para el ejercicio de cargos públicos de Jorge Alberto Hernández Quiñónez.
La manera descarada como se robaron el presupuesto de Argelia, por parte de una alcaldesa, Flor Dey Granada Valencia, que hoy se encuentra privada de la libertad.
El carrusel de la contratación en la administración del entonces gobernador de Antioquia, Luis Alfredo Ramos Botero.
Más de 100 informes sobre el colapso del Fondo Premium e Interbolsa, una labor que me fue encomendada directamente por la Junta del periódico y particularmente por el voto de confianza de Jorge Hernández Restrepo.
Los análisis sobre las rentas criminales que hay detrás de la ola de violencia en una ciudad como Medellín, acompañada de la apropiación de los ilegales de una porción del Presupuesto Participativo, y la visualización de los negocios que se hacen en la cárcel de Bellavista.
Los análisis que con la coautoría de Nelson Matta realizamos sobre las deudas de las FARC con la Justicia y con las víctimas, así como los más de 16 siglos en condenas que tienen los miembros del ex secretariado de esa organización guerrillera.
Todos estos informes fueron posibles gracias a la valoración desde la Dirección del trabajo de investigaciones, una valoración que, dicho sea de una vez, se perdió totalmente. En sus orígenes, bajo la dirección de Ana Mercedes Gómez Martínez, Investigaciones fue un Área manejada con gran autonomía por Carlos Alberto Giraldo, un periodista respetado y respetable, de cuyas ejecutorias no necesito hablar.
Por él hablan su hoja de vida, sus premios, su experiencia como reportero durante una de las más crudas épocas de conflicto que haya tenido este país, la admiración y aprecio que por él se siente en la Redacción… en fin, no lo voy a abochornar con mis elogios. Baste decir que es un Gallo Grande, como acostumbramos a indicar entre nosotros para resaltar a quien, a puro pulso, se ha ganado los méritos que se le reconocen.
Capeto era en ese despegue el responsable de los contenidos publicados en las ediciones de Domingo y Lunes de El Colombiano. De ese grupo inicial formamos parte los periodistas José Guarnizo, Carolina Calle Vallejo, Jhon Saldarriaga, y el periodista Germán Jiménez, con el acompañamiento jurídico de Felipe Alberto Velásquez.
Los temas de investigación se publicaban generalmente cada 15, 20 días o un mes, tiempo durante el cual cada periodista se daba a la tarea de hacer un trabajo juicioso y debidamente sustentado y acompañado por el Editor y el asesor legal. Los informes se publicaban cuando estaban listos, pues esa es la norma en Investigaciones.
La inestabilidad comenzó a presentarse con el retiro de Carlos Alberto Giraldo de la empresa.
El papel de Editor lo asumió José Guarnizo, quien además de ser editor debía también elaborar informes para investigaciones. Al retiro de Guarnizo hubo un período de encargos, hasta que retornó Carlos Alberto Giraldo, quien además de ser Editor de Investigaciones fue ascendido al cargo de Asesor de la Dirección, con responsabilidades muy importantes en materia de elaboración de editoriales, ecos y su columna de opinión.
En esta nueva fase Investigaciones se ha desdibujado.
Investigaciones depende en un todo de la Dirección. Esa es una norma que se acata y que tiene más problemas que ventajas, como verán a continuación, pues tiene como marco un modelo de gestión de la Redacción totalmente centralizado y con pocos, por no decir ninguno, nivel de autonomía en Macroeditores y Editores.
Así mismo, todos los trabajos que se terminen, deben igualmente contar con la venia de la Dirección para su publicación.
Les doy un ejemplo de los efectos perversos que esto conlleva. Hace un par de semanas, el presidente de El Colombiano me manifestó su temor de que mis actividades extras, como conferencista, me estuvieran quitando tiempo para atender mis obligaciones en esta casa periodística.
Le pedí una cita, que me concedió de inmediato, y allí me vi prácticamente obligado a comentarle que no es que yo, ni mis compañeros de Investigaciones le estemos robando tiempo a El Colombiano. Es que la Dirección de El Colombiano, en el último año, nos dio lo que pudiéramos llamar dos meses de “licencia remunerada”.
Le expliqué el modelo de gestión y le comenté que en 2017 estuvimos esperando durante más de un mes a que la Directora aprobara los temas. Yo, personalmente, le pregunté en tres ocasiones a la Editora General, Margarita Barrero Fandiño, si ya había luz verde, y su respuesta siempre era la misma: Martha no los ha visto.
En 2018 se repitió la escena, de un mes sin el “chulo” de la Directora, pero esta vez, con la lección aprendida del 2017, yo no fui a preguntar para recibir el mismo reporte: Martha no los ha visto.
¿Por qué una Directora se da el lujo de tener paralizado durante dos meses, en un año, a su equipo de investigaciones?
¿Cuánto le cuesta eso a la organización? ¿Cuánto pesa eso emocionalmente para un equipo de trabajo, que de buenas a primeras se desvaloriza ante los ojos de la Dirección y de todos sus compañeros?
Esa sería una prueba suficiente del nivel de maltrato y acoso de Investigaciones. A ningún periodista lo deberían dejar sin funciones durante dos meses. ¿O sí?
Pero hay más muestras de maltrato.
El Editor de Investigaciones ya no tiene ni la autonomía ni el respeto de la organización, en general, ni de la Directora en particular. En 2018 llegamos a tener con la Directora una reunión en la que manifestó su decidido apoyo al área de Investigaciones y luego, un par de semanas después, los asombrados miembros del equipo de trabajo recibimos la señal de que dependíamos de otro miembro de la Mesa Central.
El criterio del Editor de Investigaciones, pese a su experiencia probada, no cuenta a la hora de impartirle un visto bueno a los informes de su equipo, pues por encima de él está la Editora General que, con su particular criterio, corrige y hace sugerencias de modificaciones, pasando por encima hasta del OK que les dan a esos trabajos el Editor de Investigaciones y el Asesor Legal, Felipe Alberto Velásquez.
Un buen ejemplo, reciente, son sus anotaciones sobre la investigación de las actuaciones del gerente del Hospital General de Medellín, para el cual la Editora General puso como condición sine qua non para su publicación que se incluyera la voz de alguien que defienda al gerente, personaje que, dicho sea de paso, hizo en el artículo su propia defensa…
Adicionalmente, los periodistas de investigaciones nos volvimos unos apagaincendios. En 2017 fue más el tiempo que pasé al servicio de otras áreas, en las que quedaron vacantes por despidos, renuncias o vacaciones, que en Investigaciones. Claro, eso es la dinámica propia de un periódico que evoluciona, se podrá decir, y se acepta. Esa misma dinámica es la que llevó, por ejemplo, a que el periodista más experimentado en crónica roja de El Colombiano, pasara a laborar en QHubo. O que un experimentado redactor del Área Metro fuera transferido al cargo de Corrector de Estilo.
En 2017, como en cada ocasión que me lo solicitan, realicé con entusiasmo los trabajos que me pidieron para reforzar Metro, Internacional, Actualidad y Economía. El caso es que el aporte para Investigaciones se diluyó. Tanto se diluyó desde 2017, que personalmente no volví a participar en los premios de Periodismo que el periódico se quiere ganar, pero sin generar para ello las condiciones laborales necesarias, comenzando por un ambiente más propicio a la buena salud mental de los redactores.
La última novedad frente al equipo de Investigaciones se registró el viernes 23 de julio de 2018. Ese día fuimos notificados por la Editora General de lo siguiente: De ahí en adelante trabajaríamos con un taxímetro y cada semana dos integrantes del equipo de” Investigaciones” entregaríamos un trabajo para ser publicado. De esa cuota semanal está exonerado José Guillermo Palacio, quien además de ser miembro de Investigaciones forma parte del Grupo de la Dirección, escribe editoriales, llena vacantes en la Mesa Central, y pare de contar.
“Todos hacemos investigaciones”, dijo la Editora General, lo cual significa que el Área de Investigaciones, como tal, no marca ninguna diferencia. Yo, personalmente rebatí esa posición, porque entraña, ya no un irrespeto al periodismo de investigación, sino un profundo desconocimiento, sobre el cual sobran los comentarios.
Aceptado ese nuevo modelo, nos encontramos con el siguiente escenario.
En esa reunión advertí que, si cuando éramos un Área de Investigaciones, con temas de más largo aliento, la Dirección nos dejó dos meses sin definir los temas, ¿cómo garantizar que ahora, con la cuota semanal de trabajos, íbamos a tener una gran agilidad en la aprobación de los mismos?
Dicho y hecho.
Se supone que el lunes 16 de julio de 2018 ya tendríamos los temas aprobados para trabajarlos y entregarlos y publicarlos en esta misma semana.
En mi caso ocurrió lo siguiente.
1.El lunes, 16 de julio, a las 8:21 minutos de la mañana, le reporté a mi jefe dos temas para que se escogiera por parte de la Dirección cuál se trabajaría para esa semana. El concepto de la Dirección, según lo reportó el Editor de Investigaciones, solo llegó el jueves, en las horas de la tarde, con anotaciones sobre la manera como se deberían presentar los temas a su consideración. Eso para comenzar.
2. La historia tiene otro capítulo. Ese lunes, al llegar a la oficina, fui enterado por mi jefe de que debía darle un “apoyo” a Metro con un tema sobre proyectos paralizados en Medellín. Listo, dije, con el mismo entusiasmo que me caracteriza para todo lo que sea hacer periodismo, y me puse de inmediato en la tarea de indagar el asunto. Lo hice siguiendo las instrucciones recibidas, con la idea de que al día siguiente hablaría con la periodista responsable del tema, que ese día disfrutaba de su descanso.
A las 5:50 pm actualicé la agenda temática de Investigaciones (incluyendo mi encargo para Metro) y se la envié a Nelson Matta, quien recogería los temas planteados por todo el equipo y se los remitiría al Editor de Investigaciones, quien a su turno se los pasaría a la Directora y a la Editora General. En esa lista reporté cinco temas, incluyendo dos temas de investigación, ya elaborados, pero no publicados hasta ese momento.
3. El martes me senté con Isolda, Macroeditora de Metro, y con Claudia Vanessa.
Les compartí lo que había indagado hasta el momento del tema propuesto y les sugerí varias opciones para realizar el informe.
Entregué copia a Isolda y quedamos en que ella hablaría con la Editora General. Así lo hizo, al día siguiente, miércoles, y la respuesta de la jefe fue: cuando ustedes me contaron del tema, yo entendí otra cosa…. Eso significaba que el miércoles, apenas quedaba claro el enfoque de un tema, para Domingo, que debía entregarse el jueves, porque el viernes era festivo y, obviamente, no es el mejor de los días para consultar a las fuentes.
Total, ese informe, de Domingo, tocó hacerlo entre la tarde del miércoles y el día Jueves.
Yo cumplí. Para ello tuve que amanecer en casa trabajándole al tema, el mismo que dejé listo, en lo que a mi parte correspondía, el día jueves a las 3:30 pm.
4. El sábado, a las 12:50 de la tarde, le escribí a Isolda por WhatsApp para preguntarle si todo estaba en orden con el informe o si necesitaba algo más.
Su respuesta fue la siguiente: “el informe no va, el lunes revisamos lo que Vanesa tiene porque debemos hacer ajustes en la estructura.
Ella tiene necesidad de información que a lo mejor ya tienes con la Secretaría de Gestión. Entonces mejor con calma lo revisamos. Vamos con tu tema de las muertes de los colombianos como Tema del Día”.
Esas condiciones de trabajo, con evidente desorden y reprocesos, afectan la salud física y mental de las personas, pues las obliga a laborar en un ambiente de incertidumbre, estrés y acelere.
¿Cuántas historias como estas tendrán para contar los periodistas? ¿Será este un estilo de gestión saludable, eficiente y productivo?
Aún tengo más para contarles de mi parte.
A finales de febrero de 2018, le propuse a mi jefe, Carlos Alberto Giraldo, que hiciéramos un perfil, a la manera de un homenaje en vida, al empresario Adolfo Arango Montoya.
Esa línea de perfiles la propuse en años anteriores y bajo esa perspectiva publicamos, desde el Área de Investigaciones, las vidas de José María Acevedo, dueño de Haceb, Carlos Alberto Robles, recordado presidente de Fabricato; Jhon Gómez Restrepo, dueño de Productos Familia; Guillermo Valencia Jaramillo, presidente de Industrias e Inversiones el Cid.
A mi jefe inmediato, Carlos Alberto Giraldo, le pareció acertado el tema, dado que don Adolfo se encuentra aún vivo, pero con quebrantos de salud. Con esa autorización, y en el entendido de que el tema tenía toda la pertinencia periodística y obedecía a un estilo de perfiles que ya habíamos elaborado, procedí a trabajarle al informe.
Es muy importante precisar que mi jefe le comentó de ese trabajo a la Editora General, Margarita Barrero Fandiño, quien le dio vía libre al mismo.
Ese perfil lo entregué el 3 DE MARZO DE 2018. Al momento de redactar estas notas es 22 DE JULIO DE 2018. Todo este tiempo ese informe ha estado congelado en lo que llamamos Nevera.
Mi jefe presupuestó la publicación de ese informe la misma semana en que se lo entregué, pues le pareció bien elaborado y pertinente. Sin embargo, la Directora desautorizó su publicación, cosa que evidentemente puede hacer por la autoridad que le asiste. Lo que no acepto, bajo ninguna circunstancia, es que para ello se haya referido en términos desobligantes, despectivos y ofensivos al periodista y su trabajo:
En un chat de editores, la Directora preguntó: Martha Ortiz: “Quién es el autor de la joya?
¿Nota?”
Juan Esteban Vásquez: “Es un perfil hecho por Germán Jiménez y la idea surgió precisamente por su actual estado de salud”.
Martha Ortiz: “Me imaginé”.
El resto del chat lo pueden leer a continuación:
Estos pantallazos me fueron compartidos, libremente, por una persona de ese grupo. Como es apenas obvio, me reservo su nombre. Sin embargo, la autenticidad de ese diálogo la pueden comprobar con los participantes en ese chat.
¿Quieren otras faltas de respeto de la Directora para conmigo?
El 29 de octubre de 2017, fue publicado el informe “La mayor tajada de las fotomultas es para UNE Millicom”. En esa ocasión la Directora le recriminó a mi jefe, Carlos Alberto Giraldo, sobre la presunta falta de consulta a la presidencia de UNE, lo cual era totalmente falso.
Dudar sobre la ética y la diligencia de un periodista, sin preguntar primero cómo se había hecho ese proceso, reafirma la mala fe con la que la Directora actúa frente al periodista. A mi jefe le mostré todos y cada uno de los mensajes y llamadas que se habían hecho a la presidencia de UNE para obtener sus opiniones.
¿Por qué la Directora se pone del lado de la fuente y pone contra la pared al periodista, sin tener argumentos ciertos para ello? ¿Es eso leal con los periodistas?
¿Otro capítulo?
A comienzos del 2015 la Directora de El Colombiano manifestó su intención de crear un fondo editorial para publicar libros de los periodistas de El Colombiano, una iniciativa sin lugar a dudas maravillosa. Motivado por ello, le remití EL 30 DE MARZO DE 2015, una propuesta para publicar Las Fortunas del Mal, un libro que recoge todo lo investigado por el periodista en materia de rentas criminales en Medellín y Colombia.
La idea era que ese libro se publicara y se mandara al Premio de Periodismo Simón Bolívar. El 26 de marzo le escribí de nuevo a la Directora, contándole que no había problema, que, si ella no tenía presupuesto para ese fondo editorial del que hablaba, ni para este libro en particular, yo lo financiaba.
“Hablamos cuando llegue”, fue su respuesta.
Al ver que el tema no avanzaba, EL 5 DE AGOSTO DE 2015 acudí a la Directora Jurídica, Mónica Restrepo, para hacerle llegar a la Directora una serie de alternativas para la publicación del libro:
Yo lo publico, corro con todos los gastos y le cedo a EL COLOMBIANO todos los beneficios económicos de su venta a través de la red comercial del periódico.
Yo lo publico y partimos, no costos, sino ganancias fruto de las ventas.
Lo único que se requería de la Directora era una firma, en un documento en que dijera que cedía los derechos patrimoniales sobre los materiales que habían sido publicados en EL COLOMBIANO para que el periodista los utilizara en su libro Las Fortunas del Mal. Eso no era nuevo, como tuve oportunidad de contarlo al comienzo. Así lo hizo el diario cuando publiqué Tras las huellas del Apagón, Las Intocables EPM y la Calidad Total: una filosofía de vida.
También lo hizo el periódico, y ella, la Directora en particular, al darle una autorización similar a Jhon Saldarriaga para la publicación de uno de sus más recientes libros.
¿Por qué cuatro años después la respuesta de la Directora a esa sencilla solicitud no ha llegado?
¿Por qué su negativa a permitir que el periodista siga creciendo como escritor, si esa labor también beneficia a EL COLOMBIANO?
Le agrego un nuevo detalle a esas preguntas:
¿Por qué la negativa de la Directora a aprobar una misión en la que el periodista iba a ser reconocido dentro del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación (IPYS) como preseleccionado para presentar en México su trabajo sobre la Crisis de Interbolsa y el Fondo Premium? ¿Por qué para ese reconocimiento el periodista tuvo que usar su tiempo libre y sus propios recursos económicos para representar al periódico en ese evento?
Mi alerta es la siguiente: nuestra empresa está enferma y es todo un riesgo para la salud física y mental de sus trabajadores, especialmente de la Sala de Redacción, que es lo que más he conocido durante más de 25 años a su servicio.
Por ello, me siento en el deber moral de acudir a todas las instancias para que realicen las debidas investigaciones y apliquen los correctivos de rigor. Generen un ambiente de libertad para que las personas puedan comentar, de frente, sin ningún tipo de temor y con el bello objetivo de sanar emocionalmente, situaciones como las vividas por los chicos del punto.com durante la primera jefatura que hizo en esta empresa Margarita Barrero Fandiño.
Cuando Margarita regresó, para su segundo período, hizo unos conversatorios con personas de la Redacción. De manera muy amable me pidió que le manifestara mi visión. Así lo hice, con total libertad.
Tanta, que al final le comenté que ella, en su segunda temporada, comenzaba desde una posición negativa, porque varios chicos del punto.com se habían sentido maltratados y estuvieron a punto de denunciarla ante Gestión Humana. No lo hicieron, porque por esa época, en que estaban decididos a hacerlo, ella se fue de la empresa.
Gracias a la confianza que me tienen en la Redacción me enteré de los temores que entre algunas personas del punto.com despertaba el retorno de Margarita. Una de esas atemorizadas personas acudió a Gestión Humana y la respuesta que recibió fue: Eso ya lo sabemos, pero las cosas no van a cambiar, así que, si tienes una mejor oportunidad afuera, tómala.
Esa respuesta es indigna, pues está en la misma vía de: tengo las manos amarradas, del Gerente de Gestión Humana; es que la gente no habla, del encargado de Salud Ocupacional; y de “tome cursos de pintura” de la jefe de nómina.
Y no menos indigna es la conducta de dos jefes que llegan al extremo de pedirle a un periodista que firme un memo en el que debe reconocer que “Yo odio a mis compañeros”.
¡Por Dios!!!
Estas son las cosas que, de mi parte, les quiero compartir para que sean investigadas y sancionadas, cuando haya lugar a ello.
En lo que a mí respecta, he tomado una decisión.
Este mismo lunes solicitaré una cita con mi Médico de Familia.
Le hablaré de todo esto y de lo que aún sienta que me pesa en el alma. Vaciaré todo. Todo. Y le pediré que esto quede expresamente consignado en mi historia clínica.
Solicitaré que mi caso sea remitido a la ARL, de la que espero una adecuada asesoría, incluyendo un acompañamiento sicológico para evitar el tener que llegar a situaciones como las vividas, recientemente, por nuestro apreciado Carlos Olimpo Restrepo, y que debería haber motivado una intervención exprés desde las altas esferas de este periódico y desde sus mismos dueños.
Aunque este ha sido un bello ejercicio de libertad de expresión, no sé si tenga implicaciones disciplinarias o cosas por el estilo. Por ello, quizás acuda a una asesoría legal en el Ministerio del Trabajo, pues no tengo recursos económicos para pagar un abogado particular.
Todo esto lo hago en defensa de mi salud física y mental. Una defensa que espero robustecer con la ayuda sicológica que me brinden la EPS y la ARP.
Afectuoso saludo,
GERMÁN JIMÉNEZ MORALES
Periodista del Área de Investigaciones
Cédula de ciudadanía: 71578323 de Medellín
Con copia: Salud Ocupacional
Gestión Humana
Dirección
Editora General
Jefe de Nómina
Junta Directiva
Comité de Convivencia
Juan Gómez Martínez
Ana Mercedes Gómez Martínez
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