El médico venezolano José Gregorio Hernández fue beatificado hoy por el Papa Francisco.
Esa beatificación es un bálsamo en medio de tanta pesadumbre, dice la “Crónica de Gardeazábal”, para www.rutanoticias.co:
“EL BEATO
Alguna vez lo conté en un espacio como este. Me tocó conocer a la hermana de Ladino, el líder campesino de la vereda El Bosque en la montaña occidental del Valle.
La llamaban “La gregoriana” y era en su pequeña habitación, desde donde se miraba la extensión del rio Cauca serpenteando por el valle geográfico que recorre en mi departamento, que ella realizaba las operaciones quirúrgicas imaginarias de José Gregorio, el médico venezolano muerto a principios del siglo XX pero que desde el más allá, según sus creyentes, ayudaba a operar sin bisturí ni anestesia a casos incurables.
Unos años después, las balas nunca bien investigadas del Batallón Palacé y de quien sabe quién más arrasaron con su casa y con 10 miembros más de su familia presentándolos como guerrilleros.
Yo fui al entierro de La Gregoriana en el cementerio de Friofrío porque, aunque he sido un terco descreído, ella me inspiraba un extraño respeto.
Tanto que por un largo tiempo aupé para que le siguieran poniendo velas todos los días en su tumba hasta que su recuerdo se perdió en las marañas históricas de este país.
¿La beatificación de José Gregorio Hernández es una esperanza?
Hoy en Caracas, el Vaticano en ceremonia restringida por pandemia, será elevado a la categoría de beato por el papa peronista el médico venezolano José Gregorio Hernández, a quien desde hace décadas sus compatriotas y muchos latinoamericanos, quienes dicen haber sido operados o curados por su intermediación, ya han declarado como santo.
Con el descreimiento que ha acompañado al mundo a la par de la vertiginosa carrera de la ciencia resulta muy simbólico su camino a la canonización católica porque es de los pocos que ha resistido el ácido de los presuntos defensores de la fé, y el vitriolo de los acérrimos pretorianos de la medicina, y en vez de olvidarse sigue ascendiendo escalones en el conocimiento con solo apelar al acato de lo inexplicable.
No sé cómo lo lograron, ni me imagino qué podrá sentir alguno de sus pacientes regados ahora por toda América luego que comenzó el éxodo terrorífico de los venezolanos.
Pero para esas pobres gentes, expoliadas por el hambre y la necesidad y marginados, perseguidos y estigmatizados hoy en día casi que como trataron a los judíos en la Europa Central en los siglos 19 y 20, la llegada del médico venezolano José Gregorio Hernández a los altares es una puertita abierta a su esperanza y, como tal, emocionado lo registro en medio de tanta pesadumbre.
Gustavo Álvarez Gardeazábal