En Gómez Plata Juanito vio crecer sus sueños, pero también parece que sus odios.
Una de esas historias que recuerdan porqué Gardeazábal es un grande en las letras de Colombia:
“El abuelo de Juanito era el dueño del más grande almacén de Gómez Plata, un pueblito antioqueño en el cañón de El Porce.
Nunca salió del país. Tampoco subió algún día a Bogotá. Pero fue varias veces a Medellín a comprar telas y herramientas, ollas y medicinas para revenderle a los que subían o bajaban por las orillas de El Porce buscando oro en sus aguas o escarbándole sus entrañas en los riachuelos que lo alimentaban.
Casi siempre traía en las angarillas de sus mulas libros con los que cuñaba las piezas de tela y las ollas y sartenes. Debía leerlos porque no los vendía y dicen que los había ido acomodando en una biblioteca que el carpintero le hizo con uno de los últimos robles de Amalfi.
La habitación que usaba para guardar ese tesoro se volvió un santuario para sus hijos hasta el punto que allí no dejaba entrar sino a Juanito. Era su espacio reservado en una casa solariega donde las mulas llegaban hasta el patio, las josefinas florecidas rellenaban las chambranas y los corredores, en vez de muebles, tenían bultos de café o de maíz desgranado que el viejo intercambiaba. Fue un provinciano fututo pero demasiado culto para conversarle a tanto cliente montañero que llegaba a comprarle sus embelecos.
No buscó la comodidad para sí mismo pero si se esforzó para que Juanito y algunos niños pizpos tuvieran siempre lo mejor. Era tan evidente que hasta el más tonto veía que los amparaba bajo su palio de arzobispo frustrado.
¿En la historia de los pueblos pasa de todo ?
Los bluyines Lee que traían los contrabandistas de Turbo, eran para Juanito y los chicos protegidos. A los otros muchachos les vendía los bluyines de El Roble que ya fabricaban en Pereira.
La fiesta que le hizo de primera comunión todavía la recuerdan los compañeros de Juanito, envejecidos antes de tiempo. Trajeron payaso y dieron sorpresas. No pudieron ofrecer helado porque no tenían nevera pues todavía no llegaba la luz de la hidroeléctrica de El Salto que estaba construyendo el ingeniero Toro Ochoa. Pero en la vida de los pueblos pasa de todo y alguien tiene que contarlo.
En la escuelita de Gómez Plata como no había bachillerato, mandaron a Juanito junto con Heriberto Restrepo primero a Carolina, después al seminario de Santa Rosa y por último a Medellín donde se hizo doctor pero, curiosamente, Juanito nunca volvió al pueblo ni a visitar a su abuelo que dicen que lo siguió sosteniendo en lo que pedía.
El día que el viejo murió, Juanito no llegó al funeral aunque ya existía el puente Gabino y las carreteras eran mejores.
El último día del novenario, cuando las nubes negras que subían por el cañón del Porce se volvieron aguacero, entre tragos de aguardiente mientras se recordaba al abuelo muerto una semana atrás, a Heriberto, que estudió con Juanito hasta en el seminario de Santa Rosa, mas no en Medellín, y se volvió al pueblo a azadonear pero fue su confidente en la adolescencia, se le soltó la lengua y se atrevió a contar que Juanito nunca había vuelto a Gómez Plata y ni siquiera retornó al funeral porque odiaba al abuelo aunque le había dado de todo y repetía con sorna de sicoanalista: “le dio de todo, hasta doctor llegó a volverlo, pero algo debió haberle hecho porque odiaba al abuelo”.