Jerusalén es la ciudad santa de tres religiones y de millones de sus seguidores en el mundo. Allí, Ana Mercedes Gómez Martínez concluye su periplo por Israel.
Esta es la cuarta crónica de la exdirectora de El Colombiano, en su viaje a ese país:
«No voy a escribir sobre la historia de Jerusalén. No estoy preparada para hacerlo. Son tres mil años. “Jerusalén, La biografía”, un libro de 853 páginas del varias veces galardonado escritor Simón Sebag Montefiore es una historia magistral. Retomo las palabras que encontré en la contraportada de la edición en castellano de dicho libro, hecha por Editorial Crítica, de España:
“Jerusalén es, a la vez, un centro de poder político, el objetivo de mil batallas, conquistas y destrucciones a lo largo de los siglos, la ciudad santa de tres religiones y el lugar destinado a ser el escenario del Juicio Final profetizado por El Apocalipsis.
¿Qué cambió en Jerusalén de 1966 a hoy?
Simón Sebag Montefiore ha logrado el prodigio de evocar sus tres mil años de historia, contados a través de las vidas de quienes los protagonizaron en una nómina que incluye políticos, conquistadores o profetas, de Salomón a Lawrence de Arabia, pasando por Abraham, Jesús o Mahoma, por Saladino, los cruzados, Suleimán el Magnífico o Winston Churchill, sin olvidar a la infinidad de hombres y mujeres comunes que han vivido, amado, sufrido o luchado en sus calles.
Antony Beevor ha dicho: ‘El libro de Montefiore, lleno de episodios fascinantes, y en ocasiones horribles, es un sobrecogedor relato de guerras, traiciones, masacres, violaciones, fanatismo, torturas sádicas, pugnas, persecuciones, corrupción, hipocresía y espiritualidad…Un relato objetivo, fiel y conmovedor’.
Leí el libro en su totalidad y lo recomiendo.
Voy, sí, a comparar la Jerusalén que vi en 1966 con la Jerusalén de hoy en día.
En 1966, un año antes de La Guerra de los Seis Días, Jerusalén estaba dividida en dos: Una parte pertenecía al Estado de Israel, y la otra, a Jordania, cuyo rey era Hussein, el padre del actual monarca jordano.
Llegamos a Jerusalén en carro, procedentes de Tel Aviv. Recuerdo que era una vía más bien angosta, como la gran mayoría de las carreteras actuales del departamento de Antioquia.
¡Cómo lamento hoy que en ese momento no existieran las maletas de rueditas! Llegamos a la Jerusalén israelí. Nos tocó bajarnos del carro, tomar nuestro equipaje, pasar por una zona neutral -entre alambradas- y llegar a la frontera jordana, hacer el proceso de inmigración, presentar pasaportes. En ese momento, los lugares santos quedaban en territorio jordano, como también nuestro hotel.
Ya instalados, salimos a recorrer la Vía Dolorosa, la que recorrió Jesús de Nazareth. ¡Qué desorden! Era un mercado abierto en donde le ofrecían a uno carne, dátiles, dulces y cachivaches.
Hoy, esta misma vía está mucho más organizada y limpia. Se pueden ver con facilidad las estaciones que hizo Jesús en su camino hacia el calvario, el lugar donde fue crucificado.
¿Quiénes oran en el muro de los lamentos ?
El sitio de la Crucifixión, una roca, y el sitio del Santo Sepulcro, se ven casi igual a como se veían en 1966. Hay más facilidades para el recorrido, pero sigue custodiado por los mismos: Ortodoxos Griegos, Ortodoxos Armenios y Católicos Latinos, (franciscanos). Pero también hacen presencia las iglesias Ortodoxa Siria, la Etíope Ortodoxa y Copto Ortodoxa.
Lo nuevo es que la seguridad es de la Policía israelí. La puerta para entrar a estos lugares santos la abre un musulmán.
La llave le fue entregada a la familia Al Husseini por Saladino, Sultán de Egipto y Siria, para evitar que dichos lugares fueran nuevamente destruidos por otros musulmanes. Saladino les arrebató Jerusalén a los cruzados en 1187.
Pero durante la primera mitad del siglo XX también hubo conflictos por el dominio. Obviamente que no como durante los de los diecinueve primeros siglos de la Era Cristiana. En ese largo tiempo, el dominio incluía la destrucción de lo hecho por los derrotados, y construcción según los cánones de los vencedores, llámense romanos, cruzados, otomanos, armenios, georgianos…
En 1966, los lugares santos podían ser visitados por los musulmanes y los cristianos, pero no por los hebreos e israelíes. Quienes tampoco podían ir al muro occidental del antiguo templo, el único que quedó después de la quizá peor de las destrucciones. Este es el llamado Muro de los Lamentos o las Lamentaciones.
Hoy en día podemos ver a los judíos, y personas de otras religiones, orando en este muro e introduciendo en las ranuras, entre piedra y piedra, sus mensajes escritos en papelitos. Esta tradición, de miles de años, se repite ahora en el que es tal vez el muro más famoso de la historia humana. Jerusalén, creo, fue y es LA CIUDAD DE CIUDADES. Es la ciudad sagrada, la ciudad llena de energía, que atrae al mundo entero.