De la creatividad de John Saldarriaga, el comunicador social y escritor, nace Juana la Enterradora, el libro que hoy lee Gustavo Álvarez Gardeazábal.
“JUANA LA ENTERRADORA
En Envigado han pasado muchas cosas desde cuando registran en letras de molde su historia.
Allá expandieron sus reales Fernando González, el filósofo más extraño de Colombia, y Pablo Escobar, el narco más famoso del mundo.
Por sus calles se pasea la leyenda. En el bien cuidado Museo de Otraparte y en la casi abandonada Catedral, se guardan las memorias de uno y otro.
Un renglón paralelo a esas dos cúspides que han estado custodiadas, pero nunca narradas, lo arremete con muy buen éxito literario el periodista John Saldarriaga con una novela, premeditadamente armada por relatos que son capítulos, para vestir la historia de Juana, la hija del sepulturero legendario de Envigado.
Ella, con batola de mito y humareda de incensario sin carbón, recorre ante los ojos siempre interesados del lector, su propia historia.
Pero como esas narraciones son apenas un pedazo de la que cuentan también del Envigado que tenía carácter propio hasta que se lo tragó Medellín, el libro cada vez tiene menos que añadir a la históriela cinco veces repetida de Juana, la hija del sepulturero, a quien llaman “la enterradora”. Es suficiente. Con explicarnos las razones para que la sobrebautizaran así, convence y entretiene.
¿Quién es Juana La Enterradora?
Es “la enterradora” no porque acompaña a su padre en sus penosas labores cotidianas de recibir y sepultar a los difuntos, o porque viven ella y su familia en una casita injerta a las tumbas que con tanta curia va cerrando el viejo centenario. Menos porque coadministra con su padre un cementerio que no parece tener dueño distinto a su progenitor. Juana, es la enterradora porque se casó 5 veces por la iglesia y 5 veces enviudó hasta que se ganó la fama de haber visto morir, en metáforas y en la realidad, a los cinco maridos.
A ellos los usa para hacer el amor entre las tumbas o en la pequeña pieza del recinto familiar incrustado en el cementerio.
Pero también los utiliza para narrar con vértigo de manejador cultural y lenguaje perfecta y envidiablemente escogido, muchas de las historias de Envigado, de su familia y de los muertos más importantes que llegaron al cementerio mientras ella vivió.
Quizás por todo ese acumulado de perífrasis y amuletos verbales. O por la forma de cascada que utiliza Saldarriaga para ir llevando al lector hasta el final mientras hace paréntesis para adoctrinarnos miserablemente. O, de pronto, porque Saldarriaga ha sido más sobradamente un cronista que un columnista, la novela resulta muy agradable para cualquier lector así le estruje los recuerdos o en los primeros sueños de un día ajetreado se le aparezca al finalizar el fantasma de Juana la enterradora.