Este domingo, cuando ya pasaba de 90 años, se murió Ernesto Garcés Soto, uno de los cafeteros y empresarios más conocidos de Colombia, pero más reconocido por ser el dueño “de media Sabaneta”.

Curiosamente, como muchos otros hombres “que se hicieron solos”, don Ernesto Garcés empezó con la venta de cachivaches en un “agáchese” en Medellín y luego se dedicó a la caficultura, donde empezó a formar un imperio que luego se trasladaría a la Tostadora Unión, a la creación de Unisabaneta y por último a la Zona Franca de Caldas, empresas visionarias que dejó “formadas” y generando empleo y desarrollo.

En los últimos 15 años, era curioso verlo sentado en el parque de Sabaneta, dejándose saludar de todo el mundo, pero sobretodo escuchando a los que le decían que necesitaban esto o aquello.

Mucho antes de esa vida relajada que llevaba en las bancas del parque se le vio ser senador de la república, a nombre del Partido Conservador, cafetero consagrado en el municipio de Concordia y ávido comprador de tierras en Sabaneta, cuando esa población era un tierrero que pertenecía a Envigado, y en la cual, finalmente, sería casi imposible saber dónde empezaban y donde terminaban sus posesiones.

Aunque siempre fue empresario y caficultor, en los años noventa se le vio en líos por terrenos baldíos que reclamó en el bajo cauca antioqueño y por la acusación de patrocinar grupos paramilitares.

“Hombre periodista, historia ya pasada”, decía constantemente.

Bonachón, risueño y muy malicioso, a don Ernesto, como le decían en Sabaneta, le sobreviven sus hijos Dora Cristina, Victoria Eugenia, Marta Isabel y Julio Alberto.

Pero, principalmente, cientos de profesionales universitarios que le deben su carrera con las becas que daba y regalaba sin temor, pero eso era antes del Alzheimer, que le jodió y le acabó la vida.