En qué se convirtieron las novenas de aguinaldo?, una reflexión en la “Crónica de Gardeazábal:
“Ayer debieron haber comenzado las novenas de aguinaldo en seguimiento de una tradición católica española que el tiempo fue deformando en la misma medida en que el árbol de navidad reemplazó el pesebre y Santa Claus al Niño Dios.
En vez de rezar en coro “…Benignísimo Dios que siempre amasteis a los hombres y les disteis en vuestro hijo la mejor prenda de vuestro amor…etc., etc.” cada noche de uno de los nueve días anteriores al 25 de diciembre terminó convirtiéndose en un pretexto para la parranda y la bebeta.
Hoy en día, cuando la peste acecha y el temor de ser contagiados, o de hacer ver que obedecemos las recomendaciones de los médicos y los sabios en las epidemias,
nos ha llevado a restringir tanto el rezo como la aglomeración hasta el punto de creer que una familia ya es mucha gente,
vemos que las novenas de aguinaldo han pagado el alto precio desapareciendo del imaginario popular.
A los románticos irredentos o a quienes añoramos todavía lo que en el cada vez más lejano pasado nos causó alegría o costumbres, felicidad o tradición unificadora,
estos días nos abarrotan de recuerdos y nos ponen una vez más ante el paredón de la destrucción de los ritos que nos hicieron conjunto, nos solidificaron nuestras relaciones y nos hicieron sentir parte de un mundo gozoso o aburrido, pero en el que nos sentíamos cómodos haciendo parte de él.
¿Qué ideó Gardeazábal para las novenas de aguinaldo?
Hago remembranza entonces de lo que me inventé cuando me eligieron alcalde de mi pueblo por primera vez en 1988 y habiendo salvado los mil y un obstáculos que esa hibridación constitucional nos hizo enfrentar, había necesidad de repotenciar la unidad ciudadana y de explorar nuevas formas de gobernar una ciudad violenta por naturaleza sin apelar a las restricciones.
Nos organizamos entonces las “nueve novenas, nueve verbenas” y cada noche del 16 al 24 de diciembre en un barrio distinto, convocando por las emisoras o por perifoneo armábamos tamañas rumbas luego de rezar la novena frente a un pesebre construido por las manos voluntariosas de la Junta de Acción Comunal de cada barriada.
Noche tras noche era una fiesta y mientras más pobre la zona y más elementos hubo que aportar por colectas públicas entre comerciantes, ganaderos, agricultores y hasta traquetos, más satisfacción sentíamos.
Había que pagarse una orquesta, un equipo de sonido y conseguir que las licoreras del barrio pudieran vender el trago más barato, subsidiado por la misma colecta.
Lo recuerdo y no lo creo.
Nunca tuvimos en semejante hervidero de pasiones un muerto en esos diciembres.
La alegría y la unidad ciudadana vacunaban contra la violencia.
Gustavo Álvarez Gardeazábal