El paro nacional en Colombia dejó una secuela de vandalismo que obliga a rechiflar a los organizadores y al Gobierno.
Al primero porque no era lógico llamar a un paro nacional en Colombia con cifras tal altsa como las que muestra hoy la pandemia.
Y al segundo porque no escucha y se asusta “con las calificadoras de riesgo”, dice la “Crónica de Gardeazábal” para www.rutanoticias.co:
“RECHIFLADOS
Con lo mayúsculo y significativo que resultó la protesta nacional de ayer, todos los actores de lo que pasó en Colombia deben ser sin embargo rechiflados con excepción del grupo antisaqueos que obligaron a devolver buena parte de los televisores que la turbamulta había extraído del Éxito de Calipso en Cali a los gritos de “los buenos somos más”.
Y deben ser rechiflados porque todos hicieron lo que no debían hacer y en el paro nacional resultaron perdiendo todos.
En primer lugar, hay que rechiflar al gobernante que, encaramado en su soberbia y su ya evidentísima falta de olfato político, lo provocó con saña usando sus torpes maneras de ejercer el poder y en especial hurgando la sensibilidad nacional con la reforma tributaria, camuflada como Ley de la Solidaridad.
Si hubiese retirado a tiempo el malhadado proyecto habría desarmado las bases de la protesta, pero le tiene miedo a un regaño de las calificadoras de riesgos.
No dio esa orden porque para él los organizadores del paro son terroristas, y con ellos un gobierno tan impoluto no conversa.
En segundo término, merecen soberana rechifla los organizadores del paro, que no midieron la magnitud de la caja de pandora que estaban abriendo al generar un aumento mayúsculo de posibilidades de crecer los contagios del covid con esas marchas que, si bien eran a cielo abierto, eran cantando y gritando y por tanto esparciendo las esporas de la peste, puesto que muy buena parte de los protestantes llevaban, en Cartagena o en Pasto, en Medellín o en Bogotá, el tapabocas en la cumbamba.
En tercer término, merecen una rechifla los caleños, desde su alcalde hasta el último de los mestizos brincones que destruyeron vitrinas y vidrieras y oficinas y quemaron una docena de buses.
Es un absurdo que la envidia que genera el desequilibrio gigantesco de la sociedad caleña haya alcanzado a convertirse en un odio tan aberrante como el que advertible en los rostros que captan los videos de quienes destruyen por destruir.
Merecen también una rechifla los concejales de Cali y los funcionarios de la administración Ospina que no fueron capaces de atender los reclamos que se hicieron para no seguirle rindiendo homenaje a un asesino de la calaña de Sebastián de Belalcázar cuando se hizo evidente que la historia que nos echaron sobre él estuvo siempre muy mal contada y apenas si le cubrieron con una malla negra durante un mes creyendo que los indios guambianos, que se turnan entre las montañas del Cauca y las barriadas de Cali, se iban a olvidar de cobrarle a la estatua el odio que ellos guardaron por generaciones ya que conocían la verdadera historia de sufrimientos a los que el conquistador español los sometió.
Y merecen rechifla los indios porque prefirieron destruir el símbolo de Cali antes que pensar cuanto más podrían haber ganado en la batalla para que aceptaran su verídica versión.
Gustavo Álvarez Gardeazábal