Ramiro Tejada buscó en los años 90 ser alcalde de Medellín, justo en los días en que se bajaba de los árboles cercanos al sector de suramericana, donde escribía cartas de amor para los visitantes de Bazarte.

“Obtuvo algo más de 700 votos frente a más de 115 mil del político que ganó. Fue todo un ventarrón de magia, absurdo y alegría en medio de lo prosaico de la campaña electoral en esta parroquia”, escribió Rafael Rincón Patiño sobre la campaña del entonces candidato alternativo  

Pero ese “lanzamiento” de Ramiro Tejada fue su grito de libertad frente a un sector del que dependía su “teatro” para sobrevivir, pero que ignoraba al genio que era Tejada. Sin dejarse vencer de la política, se unió a ella para ser durante más de veinte años consejero de la Alcaldía, defensor del pueblo y personero delegado entre los años 1984 y 2010.  

Ese mismo hombre, que creó la Fanfarria teatro, y que se caminaba el centro de Medellín tres y cuatro veces cada día, es el que este lunes fue despedido por sus amigos en un acto cultural, religioso (¿?) y de amistad que hizo honor a un hombre bueno, muy bueno, de Medellín.

Con su infaltable pinta “artística”, con sus palabras mordaces y su humor negro, Ramiro Tejada se murió un domingo en la tarde, cuando le falló el corazón, ese al que él le escribía cartas con palabras bellas.

Pero, también se murió cuando llegaba la noche a la ciudad y a la sede del Teatro El Trueque, que Ramiro Tejada defendía ante el afán comercial de convertir la vieja casona en un “nuevo” negocio.

Seguramente no se podrá decir “paz en su tumba” porque a este gocetas que reivindicaba la buena amistad y el humor negro se le podrá callar físicamente, pero seguirá palpitando en la memoria y en el corazón.