Soad Louis Lakka murió esta semana por el coronavirus y con ella se perdió una pluma que engalanó a Colombia con cuentos, poemas y ensayos.
Homenaje de Gardeazábal a la escritora cenaguera:
A Soad Louis Lakka, la escritora cenaguera fallecida anoche víctima del covid en la Clínica Central de Montería, la bautizaron Manuel Zapata Olivella y David Sánchez Juliao como “La Turquesa del Sinú”.
Era el mejor homenaje que podían rendirle a quien en tantos momentos de su vida había sido su patrocinadora,
Les había orientado o los había regañado con su ancestral estilo de Ayatollah embalconada.
Tenía la generosidad a flor de piel y por eso los ayudó a ellos
Y a muchos más a dar los primeros pasos literarios o a señalarles los escalones de la gloria.
Hizo de su gestión como Secretaria de Cultura de Córdoba durante casi 15 años un camino repleto de gratitudes, de maestros y alumnos que no olvidan su siempre permanente actividad.
Sabía trazar la raya imaginaria para que la respetaran y era genial extendiendo sus brazos para acoger a quienes se desviaban del camino o tropezaban con la vida.
El aura protectora que le brindó en su locura al inmortal poeta Raúl Gómez Jattin fue un ejemplo para quienes conocimos en detalle sus apoyos.
¿Duele la muerte de Soad Louis Lakka?
Al chiquero en que él había vuelto en la demencia su casa de Cereté, me llevó un par de veces para ayudarle en la memoria a regocijarnos con el pasado que alguna vez hicimos juntos y lo logró porque solo a ella le abría las puertas de su vieja casona, pero eso sí me advirtió que no podía preguntar ni por el olor putrefacto ni por los acumulados de colillas porque el genial bardo confundía habitaciones con inodoros y closets con ataúdes.
Allí entendí la magnitud de sus dones y el cariño que hoy añoramos en lágrimas todos los que lo recibimos a borbotones de su mano generosa.
Enterró a sus dos maridos, pero jamás dejó de amarlos
Y cuando el luminoso José Gabriel Amin, el gobernador que ella enamoró y lo ayudó a convertirse en el gran jefe político de Córdoba, apenas si musitó en un amanecer despertándola “Niña Soad, me voy…”, se quedó solitaria, pasando las cuentas del rosario que le enseñaron a rezar en su natal Ciénaga de Oro asumiendo con dignidad de emperatriz siria su viudez.
Fina escritora, sus cuentos, sus poemas, sus ensayos, sus reseñas críticas tenían la dulzura de sus ojos y la verticalidad sonora de su voz arrulladora.
Sufrió demasiado para morirse.
Debió haberse sentido torturada mientras la intubaban para que no se escapara de este mundo,
Pero perdió la batalla contra la peste y debió haberse ido para siempre recitando como Gómez Jattin “yo tengo para ti mi buen amigo/ un corazón de mango del Sinú/oloroso/genuino/amable y tierno”
Me duele la muerte de Soad».