No era el mismo Fernando Botero que había transformado el mundo del arte, a través de sus gordas, que no eran gordas, sino figuras con volumen.

“Estoy mamao de esa terapia”, les dijo a los hijos hace poco, en un “paisa” impecable.

En las últimas semanas, la salud de Fernando Botero lo abandonaba. Sus piernas ya no los sostenían, el Parkinson lo afectaba y ya en dos ocasiones había sido llevado por la familia hasta un hospital de Niza, tras caídas sucesivas que más que causarle dolor físico lo atormentaban.

Fruto de esa pérdida de la fuerza en sus piernas, los hijos contrataron un fisioterapeuta que le hacía terapias en su apartamento en Mónaco.

La terapia era vendarse los ojos, y caminar hacia atrás, tratando de obligar a las piernas a mantenerse firmes.

“…estoy mamao de esa terapia”, dijo a los hijos.

Mientras peleaba con la terapia, con el Parkinson, con la sordera, con la pérdida de su gran amor (Sofía Bari había muerto el 5 de mayo de este año), y, sin que aún se sepa cómo o por qué la adquirió, Fernando Botero se enfermó de una neumonía, que derivó en una pulmonía, mucho más peligrosa, y que lo mandó nuevamente al hospital.

Desde este sábado pasado, volvió al hospital y allí, esta madrugada de viernes, a las 9 de la mañana hora de Mónaco, una de la mañana hora de Colombia, Fernando Botero descansó.

Gracias a Dios, porque él no soportaba ese dolor y esa impotencia que lo alejaban de su estudio en Mónaco, un regalo del príncipe Rainiero en los años 70 y donde últimamente se dedicaba a las acuarelas.

Gracias por todo, Fernando Botero, dolor por la partida, pero tranquilidad porque se reencontrará con dos de sus grandes amores, su Sofía Bari, y Pedrito, el hijo que murió muy niño y que marcó la segunda gran tristeza en su corazón.

El primer dolor lo había marcado Gloría Zea en su matrimonio, pero ese es un tema que seguramente sus almas sabrán resolver.

Vete tranquilo, los seres de corazón gigante mueren tranquilos y en paz y dejan, siempre, una huella que es imborrable.