Me es difícil ser objetivo para referirme a una persona a la que me unen tantos vínculos afectivos, porque Gustavo Álvarez Gardeazábal -o simplemente Gardeazábal- no sólo es mi paisano por venir ambos del mismo solar nativo, sino porque su familia materna es un referente de la historia de mi pueblo: don Marcial Gardeazábal -su abuelo- no solamente era el propietario de la imprenta en la que se hacían todos los trabajos tipográficos, con su linotipista estrella Rafael Muñoz, sino porque vendía libros que colmaban mis primeras ansias literarias.

Del matrimonio de don Marcial con doña María Rodríguez nacieron hombres y mujeres que se ligaron con mi gente con lazos inextricables, y uno de ellos, Chalo, fue aliado de mi padre en muchos de sus empeños en beneficio del municipio.

Gardeazábal -yo siempre le llamo Gustavo- es uno de los grandes literatos colombianos, cuyas novelas cuentan con el favor de miles de lectores, que se vuelcan sobre las librerías cuando salen al público.

‘Cóndores no entierran todos los días’, ícono de nuestra más alta literatura, trascendió las fronteras y se ha leído en varios idiomas.

A ésta, sobre la atroz violencia padecida por Tuluá, cuyo actor principal fue León María Lozano, conocido por todos como El Cóndor, hay que sumar otras 17 novelas, todas magníficas, en las que con frecuencia pone de protagonistas a personajes de la vida lugareña, fácilmente reconocibles.

Gardeazábal fue figura descollante del exitoso programa radial ‘La luciérnaga’ cuando era dirigida por Hernán Peláez, y allí apareció el novelista tulueño como el mejor conocedor de los intríngulis de la radiodifusión, porque exhibió su sexto sentido con el que analiza la política criolla, que lo hace una especie del oráculo griego pues sabe otear lo que vendrá luego de que ocurra algún suceso de la vida nacional.

¿Es Gardeazábal la tinta de la Vida?

Los más connotados políticos llegan a su hacienda El Porce para que les trace línea, y cuando no le atienden las sugerencias fracasan en sus empeños.

Yo, que me precio de ser su amigo, no sé cómo hace para capturar tanta información de aquí y de afuera.

Con una memoria prodigiosa trae a colación hechos del ayer que anexa a hechos presentes para sacar una conclusión acertada.

Ahora Telepacífico presenta el documental La tinta de la vida, que este columnista que ha visto tantas producciones cinematográficas no vacila en calificar de excelente.

Dirigida por Miguel Ernesto Yusty, que fue director de producción y programación de ese canal regional, al que volvió eficiente aplicando su libro ‘Cómo dirigir cine digital’. Fue director de la carrera de cine digital en la escuela madrileña Cice. Es candidato a la maestría de la Universidad de Madrid, y hoy es profesor de tiempo completo en la Universidad Santiago de Cali.

Con esa trayectoria profesional, Yusty alcanza el grado de perfección en este documental sobre Gardeazábal.

Es una pequeña obra maestra por lo que muestra del escritor, por su bella fotografía y por la música. Hasta el río Tuluá, en cuyas riberas nací, sale con agua abundante, y mi amada ciudad más hermosa de lo que es.

Y la tumba que albergará sus restos en el cementerio museo de San Pedro en Medellín, con escultura de un cóndor y su rostro empotrado en una de sus alas, dice bien de lo que es Gardeazábal, el diferente.

Felicitaciones a Gustavo y a Miguel Ernesto. Se lucieron, como decimos en la Villa de Céspedes.

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