Los funerales de Manuel Mejía Vallejo fueron grandes para sus amigos, pero minúsculos para los gobernantes de ese momento.

La “crónica de Gardeazábal” recuerda los funerales de Manuel Mejía Vallejo, “cuando los funerales servían para algo”, dice en estos momentos en que la pandemia del coronavirus no deja ni siquiera dar un último adiós a los muertos:

“Cuando todavía los ritos funerarios no habían sido suprimidos por la locura adyacente a la pandemia del covid, entre velorio, desfile y misa podíamos vivir la película de la vida del muerto, perdonar sus errores o recordar sus vergajada.

Algunos de ellos se volvieron inolvidables para quienes hoy hacemos gala de nuestro recorrido como septuagenarios.

Personalmente, yo no podría olvidar el funeral que Gloria Inés Palomino, la Directora de la Biblioteca Piloto de Medellín, le organizó a Manuel Mejía Vallejo en su recinto. Todo lo exótico cupo allí.

Desde sus mujeres hasta sus hijas. Desde sus fanáticos hasta quienes pretendieron, vestidos de curas, que el muerto creyera en sus religiones.

Fue sencillamente inolvidable para todos los que estuvimos, tanto como el ramo de 10 docenas de rosas rojas que inundando hasta el petitorio de una gitana que las portaba desde Andes, logró colorear la ceremonia.

¿Por qué regañó Gardeazabal a los antioqueños?

A semejante funeral en alguna de sus páginas se refiere el fotógrafo Guillermo Angulo, con memoria de cámara Agfa a sus 93 años, en el libro “Cabo +8”, que circula desde hace unos días con las más graciosas anécdotas personales de él con su amigo   Gabriel García Márquez, quien lo llamaba cariñosamente “Angelote”.

Y cabe el relato del funeral de Mejía Vallejo porque en ese libro, como en un sancocho pasado con ron, a orillas del río Panca, de nuestros ancestros comunes, se cuenta sobre muchas otras más anécdotas de quien ha vivido con alegría, dejando huellas en sus cámaras fotográficas, entrelazándolas con las orquídeas en las que se volvió experto Angulo en la vejez.

Del autor de Cien Años de Soledad hay muchas ya sabidas, otras no conocidas y muchas de las que nadie deberá acordarse a esta hora de la vida.

De Mejía Vallejo, de Alberto Aguirre, de Zapata Olivella y del puño de Vargas Llosa a García Márquez y de otros más, hay bastantes y tan bien contadas que uno a veces cree que está en alguna de esas fincas entre Amalfi y Anorí, la tierra donde nació Angulo, sentado en un taburete, oyéndoselas a algún abuelo charlatán.

He gozado leyéndolas como honrado me siento porque haya incluido una gran parrafada de mi discurso en aquel funeral, que me sirvió para pegarles una vaciada a los que no fueron: “Antioquia, tan orgullosa de Carrasquilla, había hecho de Mejía Vallejo un ícono indestronable.

Pensaba entonces yo que aquí a mi lado iban a estar el gobernador Builes, el alcalde de Medellín, el ministro de Educación y Belisario honrando al más grande de los grandes de la literatura paisa.

Pero, o se les olvidó, o no entendieron quien se había muerto”

Gustavo Álvarez Gardeazábal. @eljodario