Este domingo, cuando la Plaza Botero era un cúmulo de visitantes, alemanes, norteamericanos, italianos, peruanos y ecuatorianos, principalmente, la visita obligada era el Museo de Antioquia, pero, lastimosamente y en un ejemplo de su ceguera, estaba cerrado.
Un anhelo que también tenían cientos de colombianos que se tomaban fotos en cada una de las esculturas y sitios de la Plaza, pero tampoco se les cumplió.
Era un homenaje masivo de ciudadanos del mundo a Fernando Botero, quien murió este sábado en Mónaco y cuyo cuerpo se espera que regrese a Medellín, este lunes 25 de septiembre, para los antioqueños rendirle el tributo que merece.
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Curiosamente este museo, que guarda la mayor cantidad de obras de Fernando Botero y la colección de nuevos artistas del mundo que él donó, no entendió ese homenaje de la gente y, ciegamente, cerró sus puertas en un momento clave en la vida, memoria e historia del más grande artista de la pintura y la escultura de Colombia.
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Seguramente las directivas del Museo de Antioquia dirán que no abren los domingos y que hacerlo como homenaje a Fernando Botero tendría unos costos, pero con el ingreso de tantos y tantos visitantes que visitaban la Plaza cubrían esos valores, y les quedaba plata.
Los pobres turistas se contentaron con “mirar” a través de las rejas, aunque, realmente, está tan decaído el Museo que poco se perdían.
Mal momento para la cultura con un museo apagado y con funcionarios que llevan 4 años “parasitando”, esperando a ver que les dan y sin capacidad de buscar ellos mismos los recursos que permitan hacer del Museo de Antioquia uno de los grandes del mundo. O, al menos, un espacio con gente que tenga capacidad de raciocinio y de agilidad para responder a momentos críticos